BIENVENIDO

Después de un largo camino, siempre es agradable conversar... aunque hay veces que el silencio es más sugerente.

viernes, 19 de octubre de 2012

Ámsterdam sin prisas VI


27 de Junio de 2012 

Miércoles y tan sólo a dos días de nuestro regreso a España. Entramos en esa fase en la que empiezas a despedirte de las cosas que en los días anteriores, se han ido haciendo cotidianas.
Nos tomamos las cosas con calma, como viene siendo habitual y también porque ya no tenemos muchas cosas para hacer o ver. Nos queda el sur de la ciudad (en realidad la parte sur del centro de la ciudad, que es por donde nos movemos) y algún asunto pendiente, que es lo que intentaremos resolver hoy.

El domingo, día que nos llovió a cántaros, decidimos primero meternos a la casa de Rembrandt y segundo, en la Sinagoga portuguesa.
En este último lugar, nos dimos cuenta de que la entrada incluía otros lugares del Barrio judío, siendo válida para un mes de estancia. Nosotros un mes no vamos a estar por aquí, pero a lo largo de la semana en la que estamos de visita en Ámsterdam, decidimos hacerle un hueco a los lugares incluidos en la entrada como, por ejemplo, el Museo histórico judío. 

Allá vamos.

Hay que decir que normalmente, en los viajes a Ámsterdam, este tipo de visitas no suele hacerse. Tampoco nosotros lo teníamos previsto, de no ser por la lluvia; sin embargo, el visitar estos lugares, nos dio una visión diferente de la ciudad en la que, seguramente, no habríamos reparado. 

Una ciudad que, en un pasado no muy lejano, sufrió los horrores de la guerra y en la que un pueblo, el judío, que había sido bien acogido a lo largo de su historia por el pueblo holandés, prácticamente desapareció del mapa urbano. 

El museo histórico judío, va a hacernos algo más amplia nuestra mirada en todo este tema tan fundamental e intrínseco de la historia de Holanda.

El museo está concebido de una forma muy didáctica y explicativa. Audioguía en español y paneles explicativos por todas partes. 

 En la planta de abajo está la gran sinagoga, con todos los objetos ceremoniales de la liturgia judía expuestos en vitrinas... 






... y algunos cuadros alrededor en los que, pulsando el número correspondiente, te van explicando los diferentes aspectos de la vida de los judíos, a través de sus acontecimientos: bodas, funerales, ceremonias iniciáticas de los jóvenes…


Arriba, una gran exposición a través de objetos y libros, fundamentalmente, te cuenta toda la historia del pueblo judío desde su llegada a Holanda.

Hay también una sala dedicada a la historia más reciente, en la que puedes entretenerte un buen rato, pues hay muchísima información a través de pequeñas pantallas interactivas, en las que puedes elegir aquello sobre lo que deseas tener explicaciones más extensas.




Se nos pasan unas cuantas horas sin pensar y, a la salida, todavía entramos al Museo histórico versión niños.



 Este museo, está concebido como una casa con sus correspondientes habitaciones, dedicado a los niños, para que puedan comprender de una manera activa, diversos aspectos de la cultura judía. 



Hay desde una cocina a una sala con instrumentos musicales (y se pueden tocar), talleres para pintar o para hacer manualidades, salas de juegos y, por supuesto, alguna pequeña película en la que los miembros de una familia van explicando, de manera lúdica, cómo es su vida y cómo influye en la misma, el hecho de ser judíos.

Casi no salimos de allí, pues estábamos completamente solos y había muchas cosas para mirar e investigar.



Tras hacer una breve pausa para comer, lo que nos queda ya es de perder poco tiempo, menos mal.  Sin embargo se trata de una visita emotiva. 


Nos dirigimos al llamado Teatro holandés, que más tarde paso a llamarse teatro judío, pues en su espacio, se concentraban los judíos previamente a ser llevados a los campos de concentración.

Hay una gran pared con nombres por orden alfabético y con un pequeño aparato, puedes acercarlo al nombre y buscar información sobre la persona correspondiente. 

Nosotros, por petición de nuestra hija pequeña, buscamos a Anna Frank y naturalmente, allí estaba con la información correspondiente.



Hay una pequeña exposición con objetos personales de muchos judíos, sobre todo cartas, pasaportes y fotografías y, finalmente, hay un monumento conmemorativo en el patio.


 A la entrada te ponen una película de los inicios del Teatro, con sus actores y sus números musicales. Resulta curioso verlo y, sobre todo, ser consciente de  la transformación que sufrió el lugar.


Estamos teniendo una sobredosis de tema judío, en parte no me importa, porque forma parte de la historia de Holanda, aunque al final, no te quitas el tema de la cabeza...

A pesar de las negras previsiones climatológicas del día de hoy, lo cierto es que hemos tenido un día, algo nubladillo, pero de temperatura excelente y sin lluvias, así es que, ya sin programa, seguimos disfrutando de Ámsterdam, sin ninguna prisa. 

Buscamos ahora alguna de las calles por las que hemos transitado poco, yendo hacia el centro de la ciudad, cruzando el río Amstel y terminando en la zona del canal Herengracht, donde se reúnen las casas más lujosas de la ciudad. 



Observamos alguna de ellas, saludando, al paso, a Rembrandt, que nos observa desde lo alto.



 Y de ahí callejeamos para encontrar también el cine Tuchinsky, de aire modernista, en el que incluso entramos un poco para ver cómo es el vestíbulo.

 La verdad es que es precioso, pero si no lo buscas, casi pasa desapercibido. 

Seguimos por Regulierwarstrasse (creo, porque las calles tienen nombres, aparte de complicados, que se confunden unos con otros) y un poco vamos ya sin rumbo fijo, metiéndonos en tiendas  o simplemente mezclándonos entre la gente. 



Ambiente animadísimo hoy también en Ámsterdam. 

Gente por todas partes, con ganas de pasárselo bien. 

Nosotros tras hacer alguna compra y, de paso, hacernos con unos cucuruchos de patatas fritas (un vicio, aquí) nos metemos en el super “Albert Heijn”, ya conocido de la casa, para hacernos con algunas provisiones para cenar. 



Y ya sólo nos queda el último día...



viernes, 5 de octubre de 2012

Ámsterdam sin prisas V


26 de junio de 2012

Hoy martes el tiempo se prevé soleado…  ¡todo el día! 
Hay que celebrarlo. Nos vamos al campo. 

Realmente no me he atrevido a planificar muchas excursiones fuera de Ámsterdam con semejante tiempo, pero como hoy las cosas parecen tomar un rumbo diferente, me animo a hacer la propuesta de pasar el día en el pueblecito de Zaanse Schans y colmarnos, así, de nuestra dosis de “holandismo” (zuecos, quesos y molinos, ya se sabe… el tópico) que de momento, estamos dejando un poco de lado.

Tenía el itinerario fotocopiado y, en principio, llegar hasta este pueblecillo cercano a la capital, no parecía tener demasiada complicación. Hay que coger un tren llamado “Sprinter” dirección Alkmaar y bajarse en la cuarta parada. Nosotros somos más bien torpes y no nos manejamos con mucha soltura en inglés, así es que nos complicamos la vida lo imprescindible, conscientes de nuestras limitaciones. Con eso y con todo, hemos llegado sin dificultad.

Casi sabía lo que me iba a encontrar por las fotografías: el olor a chocolate, los molinos, lugares en los que se explica la fabricación de los zuecos, alguna quesería… el programa al completo.




También sospechaba que a mí me iba a gustar lo justo. Efectivamente, según lo previsto, llegar allí y sentirme decepcionada ha sido uno. Había leído demasiadas buenas críticas y casi se me había olvidado mi aversión patológica a todo lo que me huela a turismo organizado. 

Aquí se trata de un viaje al corazón de la Holanda más prefabricada y turística. Todo para el turista y para la venta al turista. 

Bueno, reconozco que, para las fotos, algunos paisajes son chulos, como el de los molinos iniciales al llegar al pueblo. 



Después descubriremos que, si quieres ver uno por dentro, la entrada es de pago.

Hay estanques y algunos animales (patos, cabras, ovejas negras y alguna gallina) que dan una estampa más bucólica al lugar. 



Hay juegos tradicionales para los niños (en plan zancos y todo eso) y, sobre todo, tiendas, muchas tiendas.

En una de ellas se ve, un poco, cómo es un molino. Mejor, porque lo que es pagar para entrar en uno, no estamos demasiado dispuestos. 



También vimos la demostración de fabricación de zuecos en la gran tienda que los vendía, muy caros, por cierto. 



En la tienda de quesos y productos de alimentación, tomamos el aperitivo, degustando unas cuantas muestras (irresistibles)...



 y, por no olvidarme de casi nada, hay unos zuecos gigantes, para que te hagas fotografías con ellos. Cosa que, por supuesto, hicimos y de todas las maneras imaginables.



Comimos por allí unos bocatas que nos habíamos llevado y, cuando nos cansamos de “holandismo” decidimos que volvíamos a Ámsterdam. 



A la salida, una cosa curiosa fue encontrarnos una réplica de la primera tienda de Albert Heijn, nuestro amigo de los supermercados, que empezó como un pequeño comerciante especializado en venta de té y café y algún que otro producto así como más rural… 



Esto sucedía hace más de un siglo y de entonces hasta ahora, Albert y descendientes, sin duda, han prosperado, pues sus supermercados son casi un emblema nacional.

De vuelta a Ámsterdam y puesto que el día está espléndido (primer día que me quito, ya no el chubasquero, ¡incluso la chaqueta!, estoy emocionada…)


nos quedamos un rato de callejeo, por ejemplo en la Plaza Dam en la que, igualmente por primera vez en todo el viaje, veo mucho ambiente y animación callejera.  Podemos incluso situarnos adecuadamente para ver una actuación. En realidad ya la habíamos visto porque era el mismo chico que actuaba en Leidseplein hace dos días, pero el número de desprenderse de todas sus cadenas gustó a nuestras hijas, que parecen encantadas de verlo de nuevo.



Más tarde deambulamos a placer por calles y avenidas, descubriendo, por ejemplo, las casas okupas de Spuistraat.

Imposible no fijarse en ellas con sus llamativos colores. 



Entramos en alguna tienda, curioseando por aquí y por allá, nos compramos unas patatas fritas en una tienda pequeñita, que estaban buenísimas y, poco a poco, nos vamos encaminando hacia el Barrio Joordan, ya que hoy es el día que teníamos compradas por internet, las entradas para visitar la casa de Anna Frank.

El Barrio Joordan siempre tan animado, los canales o mejor, los bares que rodean los canales, se encuentran a tope de gente. Se ve un ambiente alegre, después de tantos días de lluvia y mal tiempo.


Cuando se hace la hora, entramos en la casa de Anna Frank. Si realmente alguien tiene interés en visitarla, vale la pena sacar las entradas por internet, ya que la fila es horripilante y las dos veces que hemos pasado por aquí estaba igual. Cuesta un poco más, pero vale la pena.


La casa ahora.
La casa entonces.
La visita a la casa es, también como esperábamos, muy emotiva . Es difícil imaginar la dureza de la vida en “la casa de atrás”. 
Cuando tenía trece o catorce años, leí el diario de Anna Frank y, desde entonces, he sentido un cariño especial  por esa pequeña escritora que fue Anna. 
Para mí, en Ámsterdam, era por tanto, una visita imprescindible. 

Te deja triste, como todo lo relacionado con este tema, pero queríamos venir y sentir esa tristeza, por qué no. 

A la salida, la peque insiste en comprarse un diario de Anna Frank en castellano, que comenzará a leer esta misma tarde. La visita ha surtido su efecto. Sé que nunca la olvidarán.

No está permitido hacer fotografías dentro de la casa, por lo que dejo enlace con la página web, por si a alguien le apetece echar un vistazo.



Volvemos a casa muy despacito. 

El atardecer y la visita nos ha dejado melancólicos...

Cuando llegamos, nos demos cuenta de que estamos para el arrastre… 

Pero aún nos quedan dos días en la ciudad,  y seguro que encontramos más de un punto de interés en ella.

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