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Después de un largo camino, siempre es agradable conversar... aunque hay veces que el silencio es más sugerente.

martes, 14 de octubre de 2014

Una semana en Nueva York. Harlem - Morningside Heights, Central Park norte

20 de julio de 2014

El domingo es el día de Harlem. Totalmente de moda eso de ir a una misa gospel y tal. A eso le añadimos el "brunch", que es ese invento medio desayuno, medio comida, que tienen los anglosajones, y con un recorrido por Harlem, ya está echada la mañana. Esta era la idea.
Aprovechando nuestro horario todavía inadaptado ya que nos despertamos a las cuatro o cinco de la mañana, nos ponemos en marcha a temprana hora, para cumplir nuestro objetivo y entrar a una de las misas "madrugadoras", a las ocho y media de la mañana. Pero no contábamos con el metro. Estamos alojados en una zona más bien centro-sur de Manhattan, y Harlem está al norte de Central Park. El metro tarda. Parece que hay problema en alguna de las líneas. Nos cuesta llegar demasiado y son mucho más de las ocho y media cuando nos plantamos en la calle 125, en pleno Harlem. 


Así es que hemos hecho un poco el tonto madrugando. Demasiado tarde para las misas de ocho y media, demasiado pronto para las de las once. 

Ya que estamos aquí, decidimos pasear por el Barrio. De la 125 a la 139,  son calles seguras. El Barrio está realmente vacío, pero bueno, ya se irá ambientando poco a poco. 

Hay un pequeño recorrido sugerido en mi guía de Lonely Planet, que parece interesante. 
 
 

Seguimos por una de sus avenidas, avanzando hacia el norte y, de paso, echando un vistazo a las iglesias que nos vamos encontrando.

Lo más característico de Harlem, son sus viviendas. Esas que hemos visto tantas veces en las películas. Pequeñas mansiones con su escalerita en la puerta. Muchas cuentan con esas particulares escaleras metálicas de incendios, que dan a las fachadas un aspecto característico. 


 

 Si llegamos a la parte final, hay una zona, entre las calles 138 a 139, en el que las viviendas son todavía las de los primeros pobladores de Harlem, allá por 1820, época en la que los primeros afroamericanos comenzaron a llegar por aquí. Vale la pena llegar hasta ellas.


 

Son realmente bonitas y llenas de sabor de antaño. Nos quedamos un rato por aquí y casi puedo decir que serán las fotos más logradas de la mañana.

Llegamos hasta una gran iglesia que,  situándonos en el pequeño plano de mi guía, resulta ser la Abysinian Church. La más famosa en esto de las misas gospel y tambien la más espectacular, dicen. 

Un portero, que más bien parece el "gorila" de una discoteca, está controlando la entrada de la gente, y es que, aunque apenas son las nueve de la mañana y la misa comienza a las once, ya hay gente. El "gorila" se acerca a mi marido y, con malos modos, le señala su camiseta y sus sandalias y le dice que así no puede pasar. No teníamos intención de entrar y ahora menos. Vaya modos. En la misma calle descubrimos un puesto en el que venden o alquilan corbatas y zapatos para que vayas a la ceremonia como es debido. Aquí traen a muchos autobuses con turistas. Pero decididamente, no es nuestro sitio. 

Poco a poco, por las calles va apareciendo la gente. Desde luego, ellos sí van muy elegantes para acudir a las misas, en plan traje los hombres y vestidos brillantes las señoras. Da gusto ver a las abuelitas con sus mejores galas. Se lo toman realmente en serio.


Algunas iglesias son muy pequeñitas y solo se distingue que es una iglesia por el letrero del exterior. La mayoría son baptistas, pero debe de haber una mezcla de los diferentes ritos, en todo el barrio.  

Paso a paso, hemos dado la vuelta completa a la manzana. 
Por visión global de Harlem no habrá quedado y aún no son ni las diez y media de la mañana. Empezamos a estar incluso un poco cansados, aunque las niñas siempre encuentran formas de diversión en la misma calle.



 Finalmente, volvemos a la zona norte (más caminata) para intentar entrar a alguna iglesia de las que hemos visto en nuestro primer recorrido.

En una de ellas, más o menos a la altura de la calle 129, se oye música, aunque no hay nadie en la puerta.



 Nos asomamos por un pequeño hueco y vemos que hay gente bailando en plan soul. El caso es que aún no son las once, hora de comienzo de las misas.  Finalmente un portero nos ve, y nos indica que entremos. Así lo hacemos. Nos sentamos en una zona reservada a los turistas, pero cerca de la gente. Un grupo de mujeres vestidas de rojo, cantan como si fueran el coro de Aretha Franklin. También bailan. Lo hacen estupendamente. 




Mucho ritmo en el que sobresale una vibrante batería. El pastor, parece igualmente un cantante de un grupo de soul-rock. Habla apasionadamente, se emociona y entusiasma y el público le responde, mientras sigue el ritmo. A veces se motiva tanto, que casi salta. Los turistas estamos tímidos. Algunos damos palmas. 

Muy espectacular. Muy preparado para el turista ... también. De hecho, llegó un momento en el que una señoras vestidas de blanco, pasaron un cestito para recoger los donativos, en la zona en la que nos encontrábamos. Antes nos habían preguntado que de dónde veníamos y, finalmente, nos invitaron a dejar la iglesia. Nos vamos tras una breve experiencia de veinte minutos. En la puerta, descubrimos que la gente que estaba en la iglesia, había venido en un par de autobuses. No sabemos a qué horario, ya que en el cartel de la puerta ponía que la misa comenzaba a las once y aún no lo eran. 

La visita me ha sabido a poco. Así es que no me parece mal cuando pasamos al lado de una pequeña iglesia y entramos en ella. Se llama Bethel Church y es minúscula. Tampoco tenemos problema para entrar. Un coro se sitúa tras el altar. Unas señoras nos dan una hoja con todos los cánticos para que los podamos seguir. En esta no hay un pastor, sino pastora. Una señora muy mayor que, a juicio de mis hijas, habla demasiado. Tampoco hay gospel propiamente, sino cantos, muy bonitos, con los que se va acompañando la celebración. Nada que ver con lo anterior, esto es mucho más espiritual y sentido. Junto con otras dos personas blancas, somos los únicos turistas. Pero nuestras hijas se aburren y tienen hambre. Así es que, discretamente, dejamos el templo.

 Un par de muestras de las misas gospel o no gospel, de un domingo en Harlem. 
No podemos decir que no lo hayamos experimentado. Tal vez, al final, hasta hayamos tenido suerte.

De nuevo recorremos la Avenida Malcom X, pero esta vez con un objetivo diferente.




Toca la experiencia "brunch". Con poca fe, vamos a intentarlo en Sylvia's, uno de los lugares más famosos y recomendados por los foros. Pues será que es temprano y la gente aún no ha salido de las misas, pero a la primera estamos dentro. 



Nos llevan a una mesa y nos dan un gran vaso de agua y el menú. Consiste básicamente en platos a base de huevos y pollo. De precio, unos 14 dólares por persona. Nosotros cogemos una opición simple, que consiste en huevos fritos, una ensalada caliente de patatas y bacon. De bebida, incluida en el menú, escogemos la especialidad "Mimosa", que no sabemos lo que es (resultará ser zumo de naranja con algo de champán, muy bueno). A nuestra hija pequeña le dejan coger el menú infantil, aunque ha sobrepasado la edad. Teniendo en cuenta que somos cuatro y que mis dos hijas también tomaron postre, consistente en dos inmensos trozos de tarta de coco y chocolate, el asunto brunch, nos salió un poco caro, pero bueno, valió la pena y el lugar es francamente acogedor.

 Además hay música en vivo y la cantante, pasa por todas las mesas preguntándote de dónde eres y deseándote feliz estancia, lo que resulta simpático. 

Nos gustó y, cuando salimos, había cola, aunque no demasiada. Recomendable.

Tenemos mucha tarde por delante, así es que vamos hasta el teatro Apollo, que hemos visto de lejos. Cuna en cuanto a inicios musicales se refiere, de figuras como Ella Fitzgerald o Aretha Franklin, bien se merece una visita, aunque no pasamos del hall. 



Tienen placas con nombres de los artistas y algunos posters, junto a los que nos fotografiamos para inmortalizar el momento.



 De ahí vamos dirección sur a ver sin encontramos algún mercadillo de esos que dicen que ponen los domingos por aquí. No debimos de coger la calle adecuada. Algún puesto sin demasiado interés, alguna pintada curiosa, y mucho lider negro, en cuanto a la temática elegida, como es natural.



Seguimos hacia abajo (en cuanto a numeración de calles se refiere) lo que resulta más agotador de lo previsto. El brunch nos ha dado energía, pero no la suficiente. Nos aproximamos ya a la zona cercana a la Universidad de Columbia, un barrio conocido genéricamente como "Morningside Heights".  A la altura del Morningside Park, entramos a descansar. Buscamos un banco y, mientras algunos se dedican a observar a unos chicos jugar al béisbol, yo me quedo literalmente dormida. Lo necesitaba. Estamos un buen rato recuperándonos. Las distancias en Nueva York son cosa seria. Hay que tenerlo en cuenta.



Tras el reparador descanso nos vamos en busca de la iglesia de San Juan el Divino, la más grande de la ciudad (la encontramos en obras). 

En su interior, nos sorprende ver que hay, literalmente, dos dragones chinos, ocupando a lo largo, toda su gran nave. 



Están sostenidos en las alturas y no son dragones sino aves fénix, obra de un artista chino.  Intentan simbolizar algunos momentos, no demasiado óptimos, por los que la gran ciudad de Nueva York ha pasado. Es preciosa, la obra, y encontrarla aquí, más.

Acercándonos al altar, descubriremos que hay un coro. Magnífico. Un señor nos invita a sentarnos y escuchar, cosa que hacemos, aunque no demasiado tiempo. Hay tanto que hacer aquí, tantas cosas que ver y disfrutar, que todo se reduce a un mero picoteo. Una semana no da para más. 

Salimos ya camino de Central Park. He desechado cualquier otra idea para la tarde de hoy. Será lo mejor, pues la mañana ha comenzado demasiado pronto. 

Entramos en el parque por el norte. Es una gozada de lugar. Kilómetros y kilómetros de zona verde que hoy no recorreremos, por supuesto, que para eso he previsto la visita en dos partes. Hoy la zona norte, otro día la sur, y así lo vemos al completo. 



Caminos para ciclistas, para caminantes, gente celebrando cumpleaños, picnics, jugadores de béisbol. Vemos un poco de todo, y es que el domingo por la tarde es para disfrutarlo, que ya llegará el lunes. 

Un oasis en pleno Manhattan. Con absoluta calma, nos sentamos en un banco, nos acercamos a los estanques, merendamos. Nuestras hijas juegan un rato. 



Así, sin prisas, llegamos al lago de Jacqueline Kennedy, y de aquí ya no pasamos más. Está rodeado por un cinturon por el que mucha gente va corriendo, entrenándose para alguna maratón, o haciendo ejercicio. 

Nos gusta especialmente la zona cercana al lago, en la que surge la imponente silueta del skyline al fondo.



Serán las fotografías de la tarde. Grande Nueva York. No decepciona.

 Nos queda mucho por ver. Será poco a poco, sin prisas. Conviene dejar un tiempo para las pausas y digerir lo que la ciudad te va aportando, día a día 

Diferentes escenarios. Muchos colores. Diferencias que unen. Dicen que esta es la ciudad que nunca duerme. Para mí, es la ciudad en la que todo cabe. No importa de donde vengas, tu raza o lengua. No importa quién eres o por qué estás aquí. Todos somos neoyorkinos o podríamos serlo. 

Y eso ¿no hace grande a una ciudad como ésta?  

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