BIENVENIDO

Después de un largo camino, siempre es agradable conversar... aunque hay veces que el silencio es más sugerente.

jueves, 16 de diciembre de 2010

Día y medio en Roma

Después de pasar una semana en Nápoles, tomamos el tren para irnos a la capital de Italia: Roma. Nosotros ya habíamos estado hacía aproximadamente dos años en un viaje en solitario (sin las niñas) en las que nos recorrimos todo lo posible de la ciudad. Esta vez el tema se presentaba radicalmente distinto. Íbamos con las niñas y sin ninguna pretensión más que la de poder llevarlas a aquellos lugares que pensábamos les podrían gustar más a ellas.
Este es un pequeño resumen de lo que dieron de sí las horas de la tarde y de la mañana siguiente en Roma.

Si pienso en Roma me vienen a la cabeza sus grandes plazas y sus fuentes, que son una bendición en verano, ya que vas llenando la botellita de agua sin mayor preocupación que la de encontrar después servicios públicos. No los hay y esto es un problema.
Decía que en Roma, grandes espacios, motos y hasta ahora yo pensaba que era una ciudad excesiva y ruidosa. Claro que cuando lo pensaba no conocía Nápoles, después de esta última, Roma nos parece un remanso de paz.





Las fuentes, van a resultar la estampa más repetida de nuestras estancias en Roma, siempre en verano, siempre con calor. El agua transparente y fresca para servirnos cuantas veces queramos.









Primer destino del recorrido: La Plaza de España, con su gran escalinata. Escenario cinematográfico de "Vacaciones en Roma", como tantos otros lugares de la ciudad. Nos entusiasma la película protagonizada por Audrey Hepburn y Gregory Peck.
Esta es la visíón desde arriba:







Aquí tenemos la visión desde abajo con la gran escalera y viendo en ambas fotos, de paso que había turismo a tope en la tarde de hoy.




Y nosotras lo que queremos, es colocarnos exactamente en el mismo punto en el que Audrey Hepburn en "Vacaciones en Roma", se sienta a tomarse un helado. Lo conseguimos.

Fuente de la plaza de España.










Sin duda es uno de los puntos más atrayentes de Roma. Cientos de personas se acercan hasta aquí para cumplir el ritual de arrojar una moneda de espaldas a la fuente "per ritornare a Roma".






También nuestras niñas se colocan en la posición adecuada para hacerlo y nosotros recogemos el momento histórico.













Seguimos caminando hacia Piazza Navona donde nos encontramos a un italiano universal, muy simpático y de madera, sentado a la puerta de un peculiar establecimiento.
Pinocho aceptó posar amablemente con nuestras hijas, como se ve.





Pero nosotros seguimos camino, de fuente en fuente y buscando algo de refugio, pues continúa haciendo mucho mucho calor.


Hemos llegado al singular edificio del Panteón.






Lo más destacable del edificio es la cúpula que además, posibilita poder hacer curiosas fotografías.





Y ahora tal y como se ve al natural.










Encontramos en Piazza Navona ambiente callejero, con los pintores que te invitan a detenerte y contemplar sus paisajes o las simpáticas caricaturas.



Y al otro extremo de la plaza la hermosa fuente esculpida por Bernini.






Es preciosa y vale la pena contemplarla de cerca y sonreir ante este gracioso angelote de piernas rollizas.







También nos llama la atención la puesta en escena de algunos músicos callejeros a los que no vimos actuar, aunque nos hubiera gustado.






Las refrescantes fuentes van a seguir siendo una constante.









Aunque el cansancio se comienza a notar, todavía vamos a dirigirnos hacia el Barrio Judío, en el que las construcciones actuales se mezclan con las imponentes ruinas del Teatro Marcello.


Tal vez aquí pueda apreciarse mejor:



Y ya para finalizar la tarde, decididamente agotados, nos vamos hacia Santa María dei Cosmedin, a ver si somos capaces de superar la prueba de introducir nuestra mano en la siniestra "boca della veritá"... pero la encontraremos cerrada.
Será el primer punto a visitar mañana por la mañana.

La tarde se acaba y las últimas fotos del día recogen a unos motorizados romanos (muy motorizados pero no tanto como en Nápoles) que llaman nuestra atención y nos recuerdan los paseos en moto del apuesto Gregory Peck y la delicada Hepburn recorriendo Roma en Vespa.

 


Tras un descanso en un parque, por los alrededores de iglesia de Santa María, dando cuenta de nuestras últimas provisiones ya a manera de cena, porque nuestros fondos comienzan a ser más bien escasos, empezamos ya el camino de regreso al hotel, cosa que hacemos algo cariacontecidos porque elegimos un hotel que más bien era "la casa del terror" (lo malo de las precipitaciones y elecciones de última hora) y se trataba de pasar allí las menos horas posibles.


Roma sale a nuestro encuentro, mostrándonos toda su grandiosidad.


La sobrecogedora imagen del Coliseo nos habla de la grandeza de un imperio del que somos hijos.






Y nosotros, los firmantes, somos en particular hijos de la Caesaraugusta Romana, así es que vamos a buscar a César Augusto, tan conocido por nosotros, cómo que tenemos uno igual en Zaragoza.








Impresionantes las ruinas del foro, que vamos a ver ahora tenuamente iluminadas.


Y estas serán las últimas imágenes de Roma antes de pasar la noche en el horroroso hotel que contratamos por Internet (nunca más) del cual se nos ha olvidado el nombre, afortunadamente para el hotel.


A la mañana siguiente, salimos rápidamente y sin desayunar, lo cual, teniendo en cuenta que teníamos el desayuno incluido, es realmente ilustrativo de la calidad del desayuno en cuestión.


Bien, pues lo primero que hacemos tras desayunar en un café, es dirigirnos a nuestra cita pendiente con la enigmática "Boca della veritá".





Cuando llegamos ya había cola de turistas esperando (muchos chinos) nuestras hijas, algo nerviosas, esperan con cierta expectación.




Allá va Nuria, que con cierta cara de miedo supera la prueba.





Mucho más decidida Julia, casi mete el brazo entero.


Bueno, doy fe, y aquí estoy para contarlo, de que nosotros también volvimos con nuestro brazo entero. Así es que superada la prueba, nos metemos dentro de la iglesia, que es muy sencilla, pero nos tendrá reservada una sorpresa.


Mientras efectuamos nuestra visita, un amplio grupo de japonesitas va haciendo su entrada, eran todo chicas de unos quince a dieciocho años de edad.
De pronto comenzaron a reagruparse y bajo la dirección de una de sus profesoras (obviamente lo era) se pusieron a cantar. Y aquí está el testimonio fotográfico de lo que cuento. Las jovencitas que cantaban como los ángeles y que siempre recordaremos unidas a esta visita.


Van a ser ya nuestra últimas horas en Roma, antes de dirigirnos a la estación Termini a recoger nuestro equipaje.


Así, vamos despidiéndonos del río Tíber, con su escenario para cine al aire libre.


En cualquier plaza de Roma, la grandiosidad de sus esculturas, que te hacen sentir pequeño.


Y es que si cada ciudad tiene sus peculiaridades, viajar a Roma es viajar en el tiempo, al encuentro de nuestro pasado, de lo que somos, de su grandiosa civilización que tanto contribuyó al desarrollo de múltiples pueblos. Roma y la arquitectura, Roma y la visión más práctica y realista del arte en comparación con el ideal estético del mundo griego, Roma y la religión. Roma y el derecho. Roma no es una ciudad cualquiera. Es nuestro origen. El pueblo al que le debemos ser la civilización que somos. Nuestro espejo. Nuestro inicio.

¿Cómo sería el mundo sin Roma? Me pregunto, mientras observo su huella imperecedera, incrédula ante tal posibilidad remota...


Para asombro y enseñanza de futuras generaciones, ahí queda la huella de su paso, del que un día fuera el imperio más poderoso del mundo.

jueves, 30 de septiembre de 2010

Viaje a Nápoles y alrededores

1.- 14 DE JULIO 2010 LLEGADA A NÁPOLES


Introducción. Datos prácticos. Primeras impresiones de la ciudad.


Hemos llegado a Nápoles desde Roma en un tren estupendo que salía a las nueve de la mañana y en una horita y cinco minutos nos ha dejado en la estación Garibaldi. A Roma llegamos ayer con San Ryanair volando desde Zaragoza. Una bendición salir de la propia ciudad. Impagable si, como en nuestro caso, vas con niños. Nosotros llevamos a nuestras dos hijas que son, como casi todos los niños, impacientes, protestonas y de no parar quietas en ningún sitio.


La primera impresión de Nápoles no es buena, pero el año pasado me pasó lo mismo con Palermo y al final me convenció. La estación y su plaza anexa, la Plaza Garibaldi producen un impacto negativo: follón total, coches, motos, gente por todas partes, un mercadillo de los que no te dice nada… y encima un calor horroroso.


Yo iba rezando para no haber cometido ningún error en el alquiler del apartamento reservado para una semana. Una noche en cualquier lado, pero siete días… puede ser mortal si el sitio no está bien. Afortunadamente no fue así. El apartamento resulta ser un piso rehabilitado, dividido en estudios independientes, de doble altura, en pleno centro histórico de Nápoles, Calle Luigi Settembrini. La calle como casi todas las de esta zona, asusta un poco por su aire descuidado y decadente (no sé si son los adjetivos más adecuados). El estudio se halla en la última planta y hay que subir cinco pisos (edificio antiguo sin ascensor). Agotador. Nos recibió una amable napolitana, que nos mostró enseguida el apartamento.


Nos encanta y, lo que es mejor, también a las niñas, con sus escaleras para subir al dormitorio y los grandes cuadros que decoran las paredes. Estaremos bien.


Hemos optado por esta solución (por cierto, lo alquilamos con Homelydays y sin ningún problema) porque con las niñas es lo que mejor nos ha funcionado. Ellas necesitan más espacio que una habitación de hotel por muy bien que esté; hay que hacer descansos a lo largo del día y luego el tema de las comidas que se soluciona mejor (sobre todo desayunos y cenas) haciéndolo en casa.


Una vez acomodados me voy encontrando mejor y por la guerra que empiezan a dar nuestras hijas, parece que ellas también.


Como casi todo el mundo, lo primero que hacemos es mirar por la ventana para ver el panorama:


Nuestra calle:


Colectivo de antenas:


Ropa tendida en el balcón de enfrente:


y el pequeño tamborilero napolitano.



Hacemos una breve salida para comprar provisiones en un Carrefour (ojo, no hay casi supermercados, más bien pequeñas tiendas) volvemos a casa para comer y descansar y preparar un breve itinerario para esta tarde.
Mañana lo veremos con más detalle pero, de momento nos acercaremos a Spaccanapoli, el casco histórico de la ciudad, el corazón palpitante de Nápoles.


En realidad se extiende por unas cuantas calles. En una de ellas Via dei Tribunali, encontramos la catedral.






Il Duomo: La fachada es austera.









Sus puertas están guardadas por dos leones maltratados por el tiempo.


Su emplazamiento singular. Primero fue un templo dedicado a Apolo. A partir del siglo IV fue iglesia.


Lo que vemos hoy se remonta, básicamente al siglo XVII. A destacar el artesonado del techo y la Capella del Tesoro de San Genaro, barroca, a base de mármol y metales preciosos.



Las reliquias del famoso santo se encuentran en la cripta: huesos de su cráneo y ampollas con su sangre. La licuación de esa sangre de manera milagrosa ha hecho a San Genaro objeto de culto y se le atribuyen intervenciones milagrosas para salvar la ciudad.


Estamos un rato viendo la catedral. Con sus muros descoloridos, no guarda un conjunto, ni es especialmente armoniosa. La catedral parece somnolienta a estas horas de la tarde.
No hay mucho turismo en la ciudad de Nápoles. Lo descubrimos mientras nos dirigimos a otra calle, Vía Baggio dei Librai, con sus múltiples puestos de venta de casi todo. Son calles estrechas en las que la presencia constante de coches y motos nos tiene en un permanente sobresalto.




La leyenda no engaña, vemos con frecuencia a tres, incluso cuatro personas montadas en una moto. Con casco, sin casco, parándose a conversar si se encuentran a alguien por la calle. Una locura habitual a la que mis hijas no se acostumbran, de momento.
Hemos venido a esta calle Via Biaggio dei Librai, buscando una tiendecilla que pienso que sí les va a gustar. Se trata del “Ospedalle delle bambole” el hospital de las muñecas, en el numero 81.


En realidad es un pequeño establecimiento en el que se amontonan miles de muñecas de todas las épocas y estilos, en espera de su reparación. Una señora que está cosiendo en la parte de atrás, nos permite entrar y hacer fotos sin problema.


Aquí y allá recortes de artículos publicados sobre este fascinante y polvoriento lugar que cuenta con su página web: www.ospedalledellebambole.com y cuya fundación data de 1800. En una tarjeta que cojo de recuerdo pone “ambulatorio veterinario per peluches”


Un lugar así, en otra ciudad estaría cuidado y explotado. Aquí, en Nápoles, simplemente está como el tiempo lo ha querido dejar. Uno puede pasar por esta calle y ni siquiera verlo...





... como tantos otros lugares curiosos que se multiplican en esta zona, muchos de temática religiosa.


Comercios antiquísimos, de gran encanto algunos, que simplemente están.





Nos dirigimos a Via San Gregorio Armeno, una estrechísima calle repleta de artesanos que tienen a la venta figurillas para los nacimientos “prosepí” y otros elementos de la tradición napolitana.



Si uno se fija, se ven carteles que indican la antigüedad de muchos de los establecimientos que durante siglos se han dedicado a esta peculiar artesanía.


Figurillas de todos tamaños y factura. Todo tipo de complementos para montar un Belén en Navidad. Dicen que en diciembre la calle está abarrotada. Hoy no.























Veo máscaras de Pulcinella, el personaje de la Comedia del Arte italiana, símbolo por excelencia del napolitano, pues representa al pícaro. Así, como quien no quiere la cosa, me convierto en su víctima, o más bien en la del vendedor que, viendo que no soy de aquí, me vende la máscara por el doble de lo que la encontré pocos metros después. En realidad, el vendedor napolitano se mezcla con el inmigrante. Lo mismo da vender pastorcitos que figuritas de Maradona o camisetas de imitación. Esto es Nápoles.
Aquí está la máscara:



Hay mucho de ese tipismo italiano de película neorrealista italiana de los cincuenta. Dentro de unos años todo esto estará más mezclado, pero hoy, todavía queda mucho de costumbrismo italiano.





Seguimos en busca de las imágenes que nos deja la calle.











En todas partes se ven también pequeñas capillitas dedicadas a vírgenes y santoral diverso, así como las grandes esquelas por las paredes que también pudimos ver en Sicilia.











Aunque por aquí uno podría perderse horas observando a la gente, escuchándola hablar en alta voz, llevamos un rato callejeando y las peques se cansan.


Nos encaminamos ya para finalizar la jornada, hasta la Plaza Bellini, pequeñita, rodeada de edificios elegantes y con unos cuantos cafés que invitan a sentarte y pasar un rato agradable. Así lo hacemos. Mi marido bromea diciendo que primero nos timan con la máscara y ahora nos van a pegar la clavada del siglo. Bueno, sí, pero tampoco hemos venido aquí a sufrir, digo yo. En realidad, no será para tanto. No tengo mucha idea de lo que pedimos, aunque creo que era sidra con granita limone (¡bendita granita limone!). Con el calor reinante que sufríamos, aquello nos sentó estupendamente.



Pagamos unos tres euros o tres y medio por consumición y el servicio es atento. Creo que los precios son similares a los de España y pasamos un rato de lo más agradable.


De regreso hacia casa, caminamos intentando pasar por otras calles por las que no hubiéramos pasado antes. Observamos que están distribuidas por oficios, pues en algunas hay instrumentos musicales, en otras libros, otras alimentación, etc.
Ha sido nuestra primera visión de Spaccanapoli, el viejo Nápoles, que mañana conoceremos más a fondo.

15 DE JULIO DE 2010
SPACCANAPOLI - VOMERO


Por la mañana decidimos volver a Spaccanapoli, a la parte histórica de Nápoles, para ver el ambiente por la mañana de todas estas calles tan llenas de vida del viejo Nápoles.


Está muy animada y aunque nos dirigimos hacia la iglesia de Santa Clara y Plaza de Gesu Nuovo como punto de partida.





Es inevitable pararnos más de una vez en los lugares que nos llaman la atención, como un mercadillo de libros y discos antiguos cercano a Piazza Dante que encontramos a nuestro paso …







También nos detenemos ante los innumerables altares que te vas encontrando constantemente.



Pequeños y grandísimos rincones dedicados a alguna virgen, santo o a algún difunto.
Me llama la atención uno dedicado a un matrimonio de personas mayores (supongo que los difuntos) acompañado de unas veinte fotografías más de toda la familia. Supongo que lo más parecido a este culto a los muertos así, a lo popular, que conocemos en España, es el de los gitanos con sus lápidas adornadas en los cementerios. Un poco lo recuerda.

Esta ciudad que es diferente a todas, también me recuerda en realidad a otras muchas, sólo que me voy a otros continentes en mis recuerdos.



Es como una especie de puerta de entrada a ciudades del norte de África tal vez, el bullicio, la gente por la calle de todas las maneras imaginables, elementos religiosos por doquier, coches, motos, basuras.
A ratos me gusta esta espontaneidad, otros me agobia.










Me ha pasado más veces. En estos ambientes tengo a veces la necesidad de apartarme y tomar un respiro antes de continuar. Mi marido se lo pasa pipa y venga fotografías. A las niñas les hace gracia y también les asusta.






Bien, llegamos a Santa Clara y desisto de visitar el claustro cuando mis hijas dicen que ya están cansadas y preguntan sí vamos a estar toda la mañana visitando iglesias.
Sólo unas pocas, intento convencerlas.





La iglesia de Santa Clara es una iglesia y monasterio anexo. Su origen es del siglo XIV, cuando Roberto de Anjou levantó la iglesia y su esposa Sancia añadió el convento para las clarisas.
Aquí encontramos a varios grupos de turistas visitándola. Es austera pero muy bonita en su interior.



Nos llama la atención una capilla en la que se encuentran varias tumbas de los Borbones. Una bomba provocó una terrible destrucción en el templo en 1943. Al restaurarlo se respetó la sobriedad del edificio gótico. A mí me gustan los espacios sencillos por lo que descansando del agobio callejero, y aún sin visitar lo mejor, que son los claustros, disfruto del breve rato en el que estamos aquí.




En la Piazza dei Gesú, encontramos una de las tres agujas de la ciudad, altas estructuras construidas en el siglo XVII y XVIII para celebrar los días festivos. Está dedicada a la Inmaculada Concepción.






Es curiosa la fachada de la Iglesia dei Gesú Nuovo que tienen su origen en un palacio fortificado del siglo XV.


De plaza en plaza a la de San Domenico Maggiore. En esta plaza está el pintoresco Café Aragonese, pero tanto el café como la plaza, tendrán mayor animación por la tarde.


Subimos brevemente a la iglesia (protesta infantil) que fue sede del saber, ya que aunque fue construida en el siglo XIII para los monjes dominicos por Carlos I, acabó siendo facultad de teología de la ciudad de Nápoles y Santo Tomás de Aquino enseñó aquí durante un tiempo.


Es tan grande cómo una catedral y contiene una valiosa colección de pinturas aunque la más famosa “La flagelación de Cristo” de Caravaggio, se encuentra en el Museo de Capodimonte. También está llena de tumbas de reyes y nobles de la Corona de Aragón que tuvo un importante paso por aquí.


De aquí nos dirigimos a la Capilla de San Severo, una capilla privada llena de estatuas fabulosas.



Su entrada es sumamente discreta.
Se debe a la familia Sangro de Sansevero, que vivía al lado y alguno de cuyos miembros fueron enterrados en ella. El principe Raimondo di Sangro, en el siglo XVIII, fue un personaje prominente del Nápoles ilustrado que contrató a los artistas más vanguardistas de la época. 




Es entrada de pago, vale 7 euros, las niñas no pagan, pero vale la pena por la originalidad y belleza de sus esculturas. Destaca el Cristo velado de Giussepe Sanmartino de 1753, hecha en un solo bloque de mármol con pliegues de tela prodigiosos sobre la figura de un Cristo yacente. También destaca otra escultura denominada “la modestia” y nos llama la atención la estatua sobre la puerta que representa a un miembro de la familia Sansevero saliendo de su propia tumba.
Hay además una cripta con dos esqueletos rarísimos en los que se han hecho estudios de la red del vaso sanguíneo. 


Cosas del principe Raimundo que era científico y masón.

Voy recortando itinerario por momentos, esta zona está llena de plazas y de iglesias y termino por señalar las que más me interesan por algún motivo determinado. Además una de mis hijas está loca por volver a los puestecillos de la Vía San Gregorio Armeno en los que estuvimos ayer. Hay que condescender un poco y pasamos por allí. Seguro que no será la última vez.


Tiene mucho gancho esta callecita y nos coge de paso a la plaza de San Lorenzo Maggiore en la que nos acercamos a ver si podemos hacer un recorrido de Nápoles subterránea, excavaciones grecorromanas que se encuentran bajo la iglesia.



Un yacimiento fascinante en el que se han recuperado restos griegos y romanos como una zona de mercado y una calle entera con talleres, lavanderías … Bien, los fines de semana hay visitas guiadas en español. Hoy a las doce (son menos cuarto cuando llegamos) hay visitas en italiano y en inglés. Sólo es posible la entrada en visita guiada y dura hora y media. ¿lograremos convencer a nuestras hijas para entrar?
Ni tan siquiera lo intentamos.



Como al lado hay una tienda dedicada al famoso limoncello napolitano y anuncian granizado de limón a 1 euro, ahí nos quedamos, tomando el granizado tan ricamente mientras hacemos un pequeño descanso en la plaza.


Vamos a ir ya volviendo para casa, pero antes no quiero perderme una pequeña visita a la Iglesia Pio Monte de la Misericordia, en la que se encuentra una bella pintura de Caravaggio, pintor al que admiro mucho. “Las siete obras de misericordia” una obra prodigiosa, sus claroscuros y sus imposibles escorzos hacen de esta obra una composición prodigiosa, aunque a mí todas las de Caravaggio me lo parecen.


La calle nos da buenas imágenes para rato:




Después de descansar un buen rato en casa, salimos por la tarde en dirección a Vomero, un barrio o zona más elevada de la ciudad a la que se accede en funicular que se coge en la estación de Montesanto.
Lo que nos viene sucediendo es que nos equivocamos a veces de calles para llegar a los sitios y eso hace que al llegar al primer punto de destino nuestras hijas ya estén cansadas y protestando. Además hace calor. Al menos pienso que la subida en funicular puede gustarles y así es. Cuesta un euro por persona y puedes estar en la zona durante 90 minutos.
He descartado cualquier posible visita y esto que hay dos lugares interesantes como son el Castillo de San Elmo y la Cartosa de San Martino, en este último hay una colección de belenes que en un principio pensé que podría gustar a las niñas, pero tal y como vienen sucediendo las cosas, ya no tengo claro qué puede gustarles o qué no, sobre todo a la mayor que viene protestando constantemente por este viaje y, francamente, a mí me desanima mucho su actitud.
Con la promesa de un helado, una vez lleguemos hasta arriba, subimos hasta el punto en el que se ven unas impresionantes vistas de Nápoles al pie del Vesubio.


Realmente vale la pena subir hasta aquí para verlo. No sé si habrá otro punto en Nápoles en el que pueda verse esta panorámica. Te haces idea de lo grande que es la ciudad de Nápoles, que simplemente hemos comenzado a conocer un poco.



Me doy cuenta de que haría falta mucho más para hacerte un poco con ella.
Tras el helado prometido, volvemos a bajar el funicular y bajamos hacia Vía Toledo. Nos metemos por unas calles muy animadas, motoristas por todas partes y pequeños puestos, casi improvisados por todas partes. Es divertido pasear por aquí, pero creo que a las niñas les da un poco de miedo. Estamos ya rozando los quartieri spagnolo, visita que yo tenía previsto hacer.
Por cierto, a mi marido ya le han dicho que recoja la cámara por aquí. Yo también se lo había dicho, porque lo había leído en varias partes, que la zona, aunque no pase nada, no es recomendable para ir con un cartel de “guiri” en la cara.
De momento la Vía Toledo muy concurrida, es una avenida normal (todo lo normal que puede ser en Nápoles) y con sus tiendas de moda (Zara, Pull and Bear …) y en un momento dado hacia el oeste, logro convencer a los demás de meternos aunque sea un poco por los Barrios Españoles. Nadie parece muy convencido. Finalmente callejeamos un poco por las callejuelas que, por otra parte, nada tienen de particular, salvo mostrarnos un barrio muy deprimido. Tenía más ambiente la zona por la que nos hemos metido antes al bajar hacia Vía Toledo. Aquí vemos calles estrechas y algo siniestras por las que circulan motos (la gente sin casco mayoritariamente y dos y tres montados en ellas ¿ya lo he dicho?) a toda velocidad. A lo mejor no nos hemos metido por el lugar adecuado, pero como no nos sentimos muy a gusto, salimos nuevamente hacia Vía Toledo.
La siguiente promesa era ir a una pizzería esta noche. Sobre todo a nuestra hija pequeña le encantan las pizzas.
Nos gustaría ir a la famosa De Michelle o a alguna otra recomendada de Vía Tribunali, pero viendo las colas que hay, desistimos y mira tu, acertamos, ya que nos metimos al azar a una pizzeria llamada Decumani, dónde tomamos tres pizzas (para cuatro) muy grandes y buenísimas. Sobre todo los ingredientes, se nota que son naturales y muy rica la pasta. Yo me pedí la Siciliana, con sus anchoas y olivitas negras … Mmmm, riquísima y eso que yo no soy mucho de pizzas. Las de los demás también estaban buenas y, lo mejor, baratísimo. Nos costó con las bebidas y todo, veintidós euros. Recomendable.

16 de Julio de 2010. POMPEYA

Uno de los platos fuertes del viaje y casi el motivo principal del mismo ha sido visitar Pompeya. Este viaje surgió del deseo de mi marido de visitar (“una vez en la vida”, decía) el famoso yacimiento arqueológico.
Sabemos que la jornada puede ser muy dura, pero lo mejor es ponerse en marcha.
Así es que menos temprano de lo que quisiéramos, ya que mover a estas dos monas es terrorífico, nos dirigimos hacia la estación Garibaldi.


Mientras caminamos hacia allá, me percato de que ya no vamos tan acongojados como el primer día, sobre todo al cruzar las calles. Es que no hay semáforos o si los hay es como si no existieran y lo de cruzar es un acto de fe, tu pasas y se supone que los coches se pararán. Bueno, sobre esto, el año pasado en Sicilia (que yo creo que no es tan surrealista como Nápoles) llegué a la misma conclusión: la gente tiene un ritmo distinto. Y así, igual que en Sicilia nos transformamos en sicilianos, esta mañana hemos comenzado a comportarnos como napolitanos. Las niñas ya no dicen “¡coche! ¡moto!” veinte veces por minuto. Hoy lo han dicho menos veces... aunque no sé si me interesa que se acostumbren mucho a este caos, la verdad.


Una vez en la estación Garibaldi recuerdo que había leído en el foro que hay que bajar a la planta de abajo a coger la línea circumvesubiana. Así es, nada de comprar billetes arriba, todo abajo y si uno se fija está señalizado. Además hay otro truco: seguir a los turistas. No falla, todo el mundo va a Pompeya.


Milagrosamente hemos llegado a cinco minutos de que salga el próximo tren. Da tiempo a sacar el billete de ida y vuelta (por las niñas nos cobran un solo billete) y rápidamente a coger el tren.
Unos treinta minutos después (yo controlaba a unos japoneses con gorritos y cámaras) los turistas del tren se levantan. Hemos llegado. La estación se llama Pompei Scavi -Villa del Misteri. Bueno, hemos llegado tardecito y hay cola, pero también varias ventanillas que dan cuenta de ella. No tardamos ni cinco minutos en entrar. Son 11 euros la entrada y las niñas gratis. Mucha gente coge audio guías. Me parece una idea excelente, pero nosotros con las crías no sabemos el ritmo que vamos a llevar. Pedimos una guía y nos indican que la dan en información junto con un plano. La guía es muy completa, dando una explicación de cada uno de los lugares enumerados en el plano y que coincide con la de la audio guía.


Hay muuuuuuucha gente. Pero también es verdad que es tan grande el recorrido que, poco a poco, la gente se dispersa.


Es complicado hacer una visita de Pompeya con dos niñas, en plena canícula. La ciudad es tan grande y el calor tan intenso, que se hace inabarcable y difícil de llevar a cabo sin distracciones. Aquí uno tiene que abstraerse y ponerse en situación. Yo lo consigo, en parte, e intento que las que se pongan sean las niñas:


Agosto del año 79; en plena noche, el Vesubio (que es ese volcán que se ve allí al fondo, pero ellos pensaban que era una montaña) entra en erupción. La explosión y caída de cenizas y otros restos volcánicos sepultan Pompeya y otras poblaciones en una sola noche; una terrible tragedia que nos ha proporcionado el mayor yacimiento arqueológico del mundo.




Nuestros primeros pasos nos alejan del gentío (aunque no por mucho tiempo), acercándonos al foro, con sus edificios públicos, la casa de los mosaicos geométricos, el foro triangular, el Teatro grande, el pequeño


El llamado cuadripórtico de los teatros, que sirvió para guardar las armas de los gladiadores...


El templo de Isis…



Nos vamos encontrando muchas visitas guiadas en todos los idiomas posibles, alguna fuente y pocos espacios en sombra.
No es la mejor época del año para hacer esta visita. Sudamos la gota gorda. Imprescindible agua y protegerse del sol.


Algo que llama la atención del visitante es el magnífico enlosado de las calles, sobre el que han quedado las marcas de los carros que antaño las recorrieron y los pasos de peatones elevados sobre las losas.
Da vértigo pensar que, por aquellas losas, apenas modificadas por los siglos, anduvieron los desgraciados pompeyanos…



En los graneros del foro hay muchas ánforas amontonadas (recordemos que la mayor parte de los objetos encontrados se encuentran en el Museo Arqueológico de Nápoles) y algún cuerpo con la técnica del vaciado en yeso.



Vamos haciendo descansos en algunos rincones con sombra, para retomar fuerzas y continuar. El esfuerzo merece la pena. Pompeya es algo único.



De pronto vemos un montón de gente que hace fila para entrar a un recinto cerrado.



Nos acercamos y resulta ser el lupanar. Como vemos que avanzan rápido nos quedamos para verlo. Es muy pequeñito y curioso, con sus escenas eróticas (pinturas igualmente pequeñas) en las paredes.




No parece un lugar muy inspirador, claro que habría que verlo en su época. Por cierto, a mis hijas les dije que era una especie de pensión.


Es fascinante el efecto que atrae a miles de turistas hasta Pompeya: durante unas horas al día la ciudad fantasma se repuebla de visitantes, dándole de nuevo una vida que se agota al llegar la noche. Y así, día tras día, año tras año.


Hacemos un alto para comer. Hay un restaurante bastante socorrido, donde tienen pizzas, ensaladas… y hay menús en plan: Pizza o Ensalada - bebida- postre, por un precio de 7 a 10 euros. Eso, socorrido. También hay otras opciones como filetes de pescado o carne, bocadillos …. Te lo sirven en un mostrador y lo ponen en una bandejita tipo MacDonalds y ya está. Carillo, pero para un apaño sirve.
En la pequeña tienda anexa al restaurante compramos un libro de Pompeya, lo que fue un acierto, porque las niñas lo miraron y tenía unas láminas del antes y el después en diferentes escenarios por los que habíamos pasado o íbamos a pasar. Estaban muy entusiasmadas y más conscientes de lo que veían, viendo las láminas. Continuamos la visita, en la que dejamos muchísimas cosas, pero no se puede pedir más.

Seguimos el itinerario que nos llevará hasta la Villa del Misterio, pasando por los lugares que nos parecen más interesantes.


Entraremos a las termas (a cubierto):



Un lugar curioso es la casa del horno: con su horno abovedado, sus muelas de piedra y la mesa donde se ponía el pan …





Llegamos hasta la preciosa casa del fauno...





... en la que estuvimos mucho rato ya que, como espacio, fue de los que más nos gustó. Se llama así por su estatua en bronce del fauno:





Aquí, además de haber cierta vegetación, que le da más belleza al lugar ...



... se encuentra un bonito mosaico con Alejandro Magno y Darío, rey de Persia.



Precisamente a la entrada de la Casa del Fauno, compramos un cuadrito de un artesano, que vendía una especie de reproducciones de pinturas de las que se hallan en Pompeya. Me pareció un recuerdo original para llevarnos y cogimos una reproducción de un pequeño Cupido con piernas regordetas.

Pero íbamos hacia la Villa del Misterio, una de las villas romanas que se encontraron al pie del Vesubio.



Aquí puede contemplarse una gran pintura a lo largo de una pared, que se encuentra muy bien conservada.



Si se quiere, se puede finalizar la visita aquí, ya que se encuentra una de las salidas.
Tras deliberar, yo pienso que ya ha estado bien la cosa. Con el calor que hace, no se puede pedir más si no queremos salir agotados.


Mi marido dice que, bueno, nos vamos, pero visitando antes el templo de Apolo. Las niñas no están por la labor, pero las logramos convencer y de paso, mientras salimos, aprovechamos para ver alguna otra cosa que nos encontramos en el camino.




Fue una buena idea, sin duda, ya que nos quedaban las sugerentes imágenes vistas por mi marido en un viejo libro paterno, y él no quería abandonar la ciudad sin verlas con sus propios ojos.




Así, con el emblemático templo de Apolo, nos vamos de vuelta a casa.




Ya teníamos los billetes de regreso y hay mucha menos gente, así es que llegamos en tres cuartos de hora (este tren hace más paradas que el de la ida) a casa, agotadísimos y deshidratados. Hace mucho calor.


Descansamos y reponemos fuerzas durante un buen rato y, al caer la tarde, convencemos a nuestras hijas de salir un ratito, ya que he leído que en la iglesia de Santa María del Carmen hay una fiesta o celebración con fuegos artificiales.

Nos hacemos unos bocatas por si surge cenar en la calle y nos dirigimos hacia la zona del puerto que es donde está la iglesia. El paseíto, ahora, es muy agradable sin tanto calor.
Al llegar vemos que la calle y la plaza de la iglesia del Carmen está iluminada. Están celebrando una misa al aire libre, con un montón de sacerdotes, obispo, monjes y monjas…




La fiesta no es precisamente lo que yo esperaba, pero nos quedamos y una vez más, observo la gran religiosidad de los napolitanos. Viven la misa con mucha devoción y entusiasmo.



La calle está repleta. Pienso que los fuegos artificiales, que es por lo que hemos venido, vendrán detrás. Pero resulta que termina la misa y la gente se va dispersando. Pues aquí no hay nada. Al menos entramos a la iglesia que es bien original y luce en todo su esplendor en su día de fiesta. Nos llamó mucho la atención su techo:


Una vez vista la iglesia, ya que tenemos los bocatas nos los tomamos y no sabemos qué hacer.
Aunque a mi me parece que tiene que haber algo más aquí, no convenzo a nadie… que si estamos cansados, que aquí no hay nada …


A mi pesar nos encaminamos hacia casa. Ocasión para contemplar "Nápoles, la nuit" en su peor dimensión. Estamos relativamente cerca de la estación y ya se sabe. Basura, gente siniestra, alguien tirado por el suelo, prostitutas haciendo la calle…Bonito panorama para pasear con nuestras hijas. Afortunadamente son todavía dos angelitos y no se enteran de nada. Van a su rollo y ni siquiera preguntan. Únicamente la mayor, parece algo asustada, aunque no lo dice.


Lo mejor es que cuando estamos llegando para casa, de pronto oímos “Pim, pam …fiuuuuuu”… vale, los fuegos, ahora los están poniendo. Miro hacia arriba a ver si por un casual se ve algo, pero estamos demasiado lejos. Si es que nos teníamos que haber quedado un ratito más... si me hubierais hecho caso... en fin que al final hemos salido para ir a misa, qué devoción la nuestra. Mañana más.

17 de julio de 2010


EL DESTINO NOS LLEVA A CAPRI

Seguro que esto nos ha ocurrido a más de uno: según el planning del día, hoy íbamos a la pequeña y pintoresca isla de Procida para pasar un tranquilo día de playa, huyendo de las multitudes de otras islas, como Capri (por ejemplo), ya sabéis, todo glamour y eso… A nosotros nos va más la tranquilidad, ¡qué le vamos a hacer!
Sin embargo, las cosas se pueden torcer en cualquier momento y salir de un modo totalmente diferente al planeado. Ese ha sido nuestro caso.


Los mayores nos levantamos temprano, como veníamos haciéndolo el resto de los días. Las niñas, sin embargo, no. Tranquilas, tranquilonas, como si la cosa no fuera con ellas y, además, la más pequeña nos obsequia con una de sus célebres rabietas antes de salir. Resumen; salimos tarde, muy tarde y sin saber exactamente dónde está la estación marítima, (sí, es en Mollo Beverello… pero Nápoles es muy grande y cuesta llegar a los sitios).


Nos liamos un poco para encontrar el lugar de salida de los ferrys y justo cuando llegamos a las taquillas, un follón de gente impresionante. Recorremos las diferentes ventanillas y nos encontramos con el cartel de “Aliscafo completo” en las salidas a Procida. El siguiente sale a las 13,10, lo que supone perder toda la mañana por aquí esperando.
Nos acercamos a la caseta del Metro dell mare en la que tienen su salida los barcos a la costa amalfitana, para ver si podemos cambiar de itinerario sobre la marcha e ir hoy a Positano o a Amalfi, que son otras de las excursiones previstas para dentro de un par de días.
Nada, ya ha salido y el siguiente es a las 15.00 horas.

¡Se nos queda una cara…!


¿Entonces no habrá playa? dicen nuestras hijas. Reprimiendo las ganas de estrangularlas ya que nosotros llevamos levantados desde las 6,30 de la mañana, volvemos a las casetas de salida de los ferrys a ver si sale alguno que nos lleve a alguna parte. Ya nos da lo mismo adónde.


De pronto un cartel: Capri 10,35. Está decidido, nos vamos a Capri. No hay mucha cola y en breve compramos los billetes que son 34 euros ida y vuelta los mayores y 22 las pequeñas.
Así pues, hemos hecho justo lo que no queríamos hacer: ir al sitio más turístico posible y en el peor día posible, ya que hoy es sábado.


En el momento de partir, dejamos atrás la impresionante silueta del Castel Nuovo, con el que nos volveremos a encontrar a la vuelta.



El viaje en barco es agradable y espectacular la llegada a la isla.



En hora y media hemos llegado a lo que en Capri se llama “Marina Grande” . Desde el barco ya se veía un trocito, aunque no muy grande, de playa, así es que os podéis imaginar lo primero que hacemos: rápidos a la playa que no es que sea de guijarros, más bien de pedruscos.



Es un numerito llegar hasta el agua. A su favor decir que el agua está buenísima y transparente que da gusto. Estamos un buen rato ya que se las ve tan contentas y felices que da pena interrumpir sus juegos. Además hay bastantes olas, así que la diversión por un rato está asegurada. Dicen que la mejor playa es Marina Piccola, en el otro lado de la isla, pero es que no me han dejado ni hablar y se han lanzado hacia aquí como locos. Pues vale.


Logramos arrancarlas de la playa con la promesa de volver después y cogemos el funicular de subida a Capri.
Bueno, pues una vez arriba ¿Qué decir? Turismo y más turismo, más o menos glamoroso en alguna ocasión y todas las tiendas de lujo imaginables. Todas las marcas se reúnen aquí. No obstante, hay que reconocer que el entorno es bellísimo.


Sin embargo, ese pasado de turismo chic de principios del siglo XX que hizo venir aquí a escritores o actores de Holywood ha quedado ya muy muy lejano.





Enseguida nos cansamos del paseo y además es la hora de comer. Los lugares que se ven por aquí no están a nuestro alcance. En realidad ya lo sabíamos. Capri no era para nosotros. Hay un establecimiento de comida para llevar que nos salva del apuro. Allí vamos y compramos unos paninis, trozos de pizza o un trozo de empanada de verduras (yo) más las consiguientes bebidas y nos vamos a comer mirando la bahía y al lado del funicular para bajar lo antes posible.



Como todavía tenemos tiempo, aunque las niñas están pesaditas con la playa y la playa… Propongo hacer una vuelta a la isla en barco, de las que hay anunciadas en varias partes. En el foro de “Los viajeros” lo recomiendan y esto es buena señal.
Bien, con pocas ganas, pero los convenzo. Eso si, cogiendo la opción más corta, sin gruta azul, para que nos de tiempo a volver a bañarnos, ya que la vuelta la tenemos a las 17.00. (Agotados los billetes del ferry de las 20.00 que hubiéramos querido coger)
La vuelta a la isla nos cuesta 12 euros por persona, 7 las niñas, creo. Es una manera rápida de conocer el entorno y a mí también me gustó.


De paso vas encontrando numerosas embarcaciones





Hay un chico que con mucha pasión te va explicando (en italiano e inglés) los lugares por los que vamos pasando: los arcos naturales, I faraglioni, las grutas (verde y blanca) Marinna Picola, Anacapri … incluso te señalan las mansiones de famosos como la de Sofía Loren (napolitana).






Dura algo más de una hora y es muy agradable. También se pasa por la gruta azul dónde hay embarcaciones más pequeñas para entrar.
Los colores del agua, ese azul intenso, son impresionantes.


Te van parando para que hagas fotos en los lugares más emblemáticos y el chico de las explicaciones no para de decir “Bella Italia, bella, bella”. Le echan bastante teatro, la verdad, pero el lugar es precioso.


De vuelta, cómo no, a la playa que ahora está abarrotadita. El mismo show para entrar y salir con los pedruscones, que a todos nos causan alguna herida y ya hasta la hora de marcharnos.
No nos ha dado tiempo de ver Anacapri, dicen que es más bonito que Capri. Seguro.
Volvemos en un barco más feo que el anterior en el que no se ve nada. En realidad da igual porque gran parte del trayecto lo paso dormida y es que el cansancio se va acumulando …

De vuelta a Nápoles sugiero que, ya que estamos aquí, demos una vuelta por la zona. Es demasiado pronto para volver a casa (algo más de las 18.00) Con protestas, por supuesto, pero lo logramos.


Ya hemos visto la impresionante silueta del Castel Nuovo, fortaleza en la que conjugan varios estilos. Así entre sus voluminosas torres grises se encuentra un delicado arco de triunfo de mármol de estilo renacentista. Es un bello contraste.


Su origen se debe a los monarcas de la dinastía de Anjou y su apariencia actual a Alfonso de Aragón, rey de Nápoles y Sicilia que en 1443 reconstruyó la fortaleza angevina. Es uno de los monumentos más famosos de Nápoles.




De aquí caminamos hacia las Galerías Umberto I. Esta zona de Nápoles es completamente diferente de lo que habíamos visto hasta ahora. Es bonita y limpia. La verdad es que lo primero que se me ocurrió decir es algo así como “esto no parece Nápoles” y al entrar en las galerías me quedé entusiasmada.


Un espacio bellísimo, mejor que las de Milán, mejor que las de Bruselas … por su amplitud y luminosidad y … algo tendría que ver el helado que nos tomamos bajo su cúpula acristalada.



Se construyeron en 1890 como proyecto de revitalización de la ciudad y hoy es uno de los espacios más espléndidos de la ciudad. Esto nos lo confirma el reportaje fotográfico de una boda que están haciendo por aquí. Unos novios muy a la italiana con sus exuberantes y brillantes tejidos.






Salimos por una de las arcadas que dan al Teatro de San Carlo, precioso.



En otros tiempos el teatro más importante del mundo. Dicen que el público napolitano es muy exigente y que aquí el propio Caruso recibió una sonora pitada. Fue inaugurado en 1737, precisamente el día de la onomástica de Carlos III de Borbón. Su opulento interior está decorado en oro, azul y plata, los colores de la casa de Borbón.


Nos acercamos también a la Plaza del Plebiscito, la plaza más grande de Nápoles, flanqueada por el Palacio Real y la Basílica de San Francisco de Paula, con estatuas ecuestres de Carlos III y Fernando I.


Es enorme y en ella también nos encontramos boda y muchos ejercientes a fotógrafos que con gestos muy exagerados (“a la italiana”) montan un poco el numerito en la plaza y consiguen tener un público a su alrededor observando sus movimientos.


En una esquina se encuentra el Café Gambrinus, uno de los más famosos de la ciudad.



Joaquín Murat, el cuñado de Napoleón, hizo construir esta plaza para desfiles militares en 1809, pero antes de estar terminada los franceses fueron expulsados de Nápoles y los borbones recuperaron el trono. En 1815 Fernando de Borbón retomó el proyecto y mandó construir la iglesia de San Francesco de Paola, justo enfrente del Palazzo Reale.



Será nuestro siguiente punto de observación. Construido para recibir a Felipe III (que no lo visitó) fue la sede del poder en Nápoles durante tres siglos y una de las más importantes cortes europeas.





Nos detenemos ante su enorme fachada renacentista contemplando las inmensas estatuas de los principales reyes de Nápoles.




Nuestra visita termina tomándonos un granita limone, o sea un granizado de limón que los hacen aquí de muerte… con su limoncito natural y muy en su punto y nos vamos caminando tranquilamente hacia casa.




A ver cómo nos va mañana.


18 de Julio de 2010


MUSEO ARQUEOLÓGICO DE NÁPOLES Y CASTELL D,OVO


Hoy, domingo, se supone que va a ser un día más descansado.




Por la mañana decidimos hacer una visita cultural. No hemos entrado a casi ningún sitio por no cansar ni aburrir a nuestras hijas, pero la visita al Museo arqueológico de Nápoles parece obligada.






Uno de los museos de arte antiguo más importante y completo del mundo, el edificio se construyó en el siglo XVI como cuartel de caballería y después sería una universidad. A partir del siglo XVII será el Real Museo Borbónico, albergando la imponente colección Farnese y los hallazgos de Pompeya y Herculano.

Comenzamos la visita por las salas que albergan la colección Farnese heredada por el Rey Fernando IV de su madre.
Las salas son espaciosas y muy bien iluminadas y resulta impactante ver tan extensa colección de esculturas juntas.





A nuestro paso, réplicas de algunas de las esculturas más conocidas de la antigüedad, bustos romanos y griegos, esculturas en bronce.



Echo en falta mejor señalización. Nos han dado un pequeño plano no muy completo. Aún así la colección resulta impresionante.


En una planta intermedia hay una colección de monedas y se supone que también unas salas dedicadas a los mosaicos (cerrada) y el Gabinete secreto que muestra la exuberante sensualidad del mundo clásico y hasta hace poco no se podía visitar. Desgraciadamente también está cerrada esta sala y en obras desde febrero.

En la parte de arriba: Frisos, frescos y murales. Otro de los platos fuertes, las pinturas halladas en Pompeya. Después de haber visitado el yacimiento, resulta fascinante ver las pinturas con que decoraban sus salones.




Muchas están en un buen estado de conservación.

Su sutileza y expresividad nos habla de la extrema sensibilidad y buen gusto del pueblo que pereció bajo la lava.







Hay también una maqueta de Pompeya en la que buscamos todo lo que vimos anteayer (y lo que no vimos) y el original del fauno.






También hay lugar para los objetos cotidianos, desde las ollas a los perfumes, platos, instrumentos médicos, arcones de bronce, pigmentos, adornos femeninos, monedas, armas, ídolos, juegos, incluso alimentos (pan, alubias, olivas)…




Hay que pensar que los pompeyanos no tuvieron tiempo de escapar a la catástrofe y que dejaron tras de sí todo lo que tenían. Todo quedó preservado durante siglos y, quitando los lógicos saqueos que durante años debieron de padecer, todo lo demás fue rescatado y todavía siguen las excavaciones…





De nuevo más estatuas: atletas en pleno esfuerzo:




negros bustos de caballeros:



figuras de animales, Baco ebrio…



Estamos encantados del número y calidad de obras que han sobrevivido al paso del tiempo…


Volvemos a bajar y caigo en la cuenta de que no hemos visto ni el grupo escultórico del Toro Farnese ni la impresionante estatua de Hércules.




Volvemos a entrar entre los rostros de piedra que nos contemplan desde su distancia de siglos.




y … vaya, nos habíamos dejado una sala. Ahí está la imponente estatua de Hércules descansando tras sus trabajos.






















Soberbia. Me encanta. Casi mas que el importante grupo escultórico del Toro Farnese, hallado en las termas de Caracalla y el mayor de los de su clase.



La visita va acabando y buscamos la salida por el patio, rodeados de sarcófagos y estatuas de mármol y alabastro, algunas de ellas mutiladas, pero enormemente hermoseadas por un sol que les arranca blancos destellos. Parece como si cobrasen vida…



Con un poco de pena por no haber podido visitar todas las salas y tras comprar un libro en la tienda de recuerdos que hay a la salida, nos volvemos a casa.


Por la tarde nos vamos a ir al parque.
Si, al parque, a la principal zona verde de la ciudad en la que, dicho sea de paso, más bien escasean. Villa comunale va a ser la excepción. Hemos venido en metro porque la distancia es considerable desde dónde nosotros vivimos, en el casco histórico y salimos por una preciosa zona arbolada pegadita a la Bahía de Nápoles. Tiene muchas esculturas y un bonito quiosco tipo modernista.



Hoy, domingo, está lleno de gente. Lo primero que hacemos es entrar en la Estación Zoológica para ver el Acuario.



Este acuario es de los más antiguos de Europa. Es pequeño y muy clásico. Algo lóbrego para mi gusto, pero bueno, las niñas pasan un rato entretenidas, sobre todo con el enorme pez manta, los caballitos y estrellas de mar, la tortuga marina o el simpático pulpo. Hicimos fotos pero no salieron muy favorecidos, la verdad. Entrar nos ha costado 1 euro 50 céntimos a los mayores, 1 euro a las pequeñas.


A la salida nos quedamos un ratito por el parque, llegando también hasta la zona de juegos para niños (muy pequeñita, se aburren pronto) y para finalizar la tarde nos dirigimos hacia la bahía. Paseamos a lo largo de una modesta playa, donde muchos napolitanos bajan a remojarse.



No es que sea lo que se dice una playa limpia, pero a la gente no parece que le importe demasiado. Algunos se adentran por las rocas para tomar el sol y bañarse más discretamente. El sol, aunque comienza a descender, todavía pica y, si bien nos apetece refrescarnos, la idea de meter los pies en ese agua no nos atrae en absoluto.


Así, nos dirigimos hacia el Castell D,Ovo,



Es castillo que fue primero un monasterio, un castillo normando más tarde hasta que adquirió su forma definitiva en el siglo XVI. La leyenda dice que un huevo mágico se esconde en su interior y ese huevo lo trajo el poeta Virgilio.


Es un precioso lugar para hacer unas cuantas fotografías.






Vamos a verlo más de cerca y a pasear un poco por la zona y por el adyacente Barrio de Santa Lucía. Es una zona bastante animada, sobre todo la que rodea el Castell D,Ovo con sus bares y pizzerias y, teniendo en cuenta que es domingo por la tarde también se ve a muchos napolitanos que están de paseo.
Por aquí y allá se ven grupos de marineros, parejas paseando y en general, familias, que están disfrutando de un día de fiesta.


El atardecer se muestra generoso y pinta las aguas de la bahía con dorados y sombras espectaculares.



Algo más adelante paramos nosotros también a tomar algo en una terraza llenita de gente. Pedimos una cerveza “Peroni” de las grandes (66cl) para compartir, los mayores, y refrescos para las niñas y estamos un ratito al lado del mar. No es un lugar turístico, al contrario, la gente parece de por aquí y todos piden una especie de ensaladita para picar que debe de ser típico del establecimiento. También venden coco, y mazorcas de maíz. Nos cobran algo más de siete euros por las bebidas.


Disfrutamos del momento y, casi sin darnos cuenta la noche se ha echado sobre Nápoles.


De regreso a casa, podemos contemplar la ciudad iluminada. Es una perspectiva diferente, hermosa. Cruzando lentamente la plaza del Plebiscito admiramos la iglesia bellamente iluminada, recortando su silueta contra el cielo.



Mañana nos espera el Vesubio.


19 de JULIO DE 2010


EL VESUBIO. DESPEDIDA DEL VIEJO NÁPOLES


Nos levantamos temprano (ya hace calor) y con la idea de hacer más o menos el mismo viaje que nos llevó a Pompeya, solo que sin entrar a Pompeya. Nuestras hijas hoy van algo más ligeras y rápidamente estamos en la estación: Planta de abajo, tren que va a Sorrento y billete hasta Pompei.
El andén estaba abarrotado.



Llegamos a destino (casi nos pasamos), a la pequeña estación de Pompei-Scavi.



En algún lugar hemos cogido un folleto que habla de un Autobús público que sube al Vesubio y que tiene su parada en Piazza Anfiteatro. Les preguntamos a unos policías, que nos encaminan hacia unos señores vestidos de verde, a la entrada de un camping, que vienen rápidamente cuando se dan cuenta de nuestra pretensión de subir al volcán. En realidad pertenecían a una empresa privada que te ofrece igualmente subir al Vesubio.
No estamos muy seguros de querer eso, así que nos dirigimos hacia una caseta de información y preguntamos (folleto en mano) por el autobús público que era lo que nosotros queríamos coger. Allí nos indican que estamos justo al lado y sacamos tanto el billete de autobús (ida y vuelta diez euros, menores de 8 gratis) como la entrada al Parque que son 6,50 euros. No es mucha la diferencia con el otro autobús, pero este servicio tiene un amplio horario de subida y bajada. El autobús verde no parece tener gran éxito, aunque después, al mirar los folletos de publicidad nos dimos cuenta de que en realidad ofrecían un servicio más completo con un recorrido por el parque, guía vulcanológica…
Los autobuses de servicio público están fenomenal. Ningún problema de espacio y son muy cómodos. En el propio autobús te venden también, si quieres, la entrada al parque.


El recorrido hasta el volcán parece errático: salimos a la autopista, entramos y salimos por carreteras y, cuando por fin nos colamos por una población para tomar el camino, éste, como no podía ser de otra manera, es estrecho y lleno de curvas. No sé qué harán cuando, como ocurrirá a menudo, dos autobuses de encuentren en direcciones opuestas…


La vista desde las laderas va haciéndose cada vez más espectacular. Nápoles se distingue en la lejanía. Estamos rodeados de bosque y matorrales florecidos…



Una vez arriba, los vehículos no pueden pasar y nosotros tenemos que ir a convalidar la entrada, lo que hacemos rápidamente ya que, aunque hay bastante gente, no resulta agobiante.


El Parque Nacional del Vesubio de 8.500 hectáreas forma parte desde 1997 de la Reserva de la Biosfera del Programa Unesco. Hay una red de senderos y se puede subir de diferentes maneras aparte del autobús, caminando o incluso en bici.





Ahora nos toca a nosotros subir la empinada cuesta. Pero se hace bien. Ves a personas mayores y a niños subir sin dificultad.

Las faldas del Vesubio han cambiado desde la base, pasando del arbolado a los arbustos, y luego a la aridez. Lo que nos falta por subir es una mezcla de arbustos floreados de intenso aroma, así como polvo y rocas.




En realidad mientras vas subiendo se ve la ladera del volcán verde. Dicen que en primavera se cubre de flores.


Al parecer es una tierra fértil y en su parte más baja se plantan olivos o vides. Conforme más subiendo el paisaje es más marrón y las especies vegetales, cada vez más escasas y salvajes.


Poco antes de llegar al cráter, hay una caseta donde se pueden comprar recuerdos, alguna bebida y hay un grupo de guías.


Bien, pues ya estamos junto al cráter del Vesubio.


Hemos visto el Vesubio decenas de veces en nuestra estancia en Nápoles. Siempre, a lo lejos, su imponente silueta. Hemos hablado de él en Pompeya. Pompeya y el Vesubio. Y ahora estamos aquí, ante el único volcán activo de la Europa continental. La última erupción fue en 1944 y en la actualidad no parece estar muy despierto.


El Vesubio se eleva 1281 metros y al llegar a la boca del cráter te asomas y hay un abismo de 200 metros de profundidad, que cae a plomo.



La gente se agolpa frente al cráter. Hay una barandilla alrededor y puedes asomarte para ver el fondo. Uno no deja de pensar, admirando ese inmenso cráter, las poderosas fuerzas que esconde la naturaleza y que de vez en cuando desata. Cómo imaginar el estallido de una montaña que eleva una nube de cenizas miles de metros en tal cantidad ... capaz de sepultar una ciudad, a varios kilómetros de distancia ...





Lo increíble es que, a pesar del fuego y la destrucción, la vida se abre camino y en las laderas del interior del cráter crece vegetación.




Estamos un rato descansando. Nos habíamos traído unos jerseys por si en la cima hacía frío. No, no hace nada de frío. El escaso vientecillo que sopla es una bendición.
Nos entretenemos cogiendo piedras o lava y viendo las maravillosas vistas de la ciudad que hay desde aquí, desde el otro lado. Pompeya se ve pequeñita. Cualquier población se ve diminuta y frágil…





Un poco más arriba descubrimos una imagen de una virgen protectora y una plegaria.







Después de recorrer hasta el límite el tramo permitido en la boca del volcán, regresamos tranquilamente hacia el aparcamiento. Antes hacemos una parada en la tiendecilla de recuerdos en la que compramos una cajita con muestras de minerales que nos costó 5 euros y que luego vimos en una tienda de la estación a 15. (¡Cómo se pasan!)
Tras descender tomando nuevamente el autobús nos dirigimos a la estación de Pompei, nos comemos unos bocatas que habíamos traído de casa y damos por finalizada la visita que, al final, ha sido mucho más fácil y sencilla de lo que habíamos pensado.

Llegamos a casa temprano pero cansados y calurosos, o sea que lo primero es descansar.
Por la tarde, descarto la visita inicialmente prevista a las solfataras de Pozzuoli, que es un terreno de volcanes inactivos en un terreno humeante. Me parecía una visita interesante para las niñas, pero las vemos con ganas de descansar.


La propuesta para esta tarde será visitar nuevamente la zona de Spaccanapoli y comprar algunos regalos, por si mañana no nos da tiempo.
Así lo haremos, aunque la tarde amenaza tormenta.

Vamos paseando por las pintorescas calles del primer día y, puesto que va a ser nuestra última tarde en Nápoles, hacemos acopio de esas imágenes de la ciudad que después quedarán en nuestro recuerdo.





La ropa tendida en las estrechas calles ...






las omnipresentes motos ...








o simplemente un cartel que nos llama la atención.





Y, como si de cerrar un círculo se tratase, volvemos a las dos arterias principales del Barrio, como el primer día: Vía Baggio dei Librai y Vía Tribunali, hasta llegar a los puestos de artesanos de San Gregorio Armeno, pero como nos hemos vuelto más atrevidos y encima está lloviendo, esta vez nos metemos dentro de alguna tienda y hasta sacamos fotos de algún artesano trabajando.


Hay una mezcla tremenda de talleres de toda la vida con puestos que han proliferado más o menos cerca, en los que ya no está clara la calidad de lo que venden.


De hecho en algunos de los puestos han puesto un cartel de “no china”, como demostrando que su producto es el auténtico.


Como sospecho que mañana, último día en Nápoles, no tendré tiempo, me dispongo a hacer alguna compra, pero es difícil encontrar el lugar adecuado.
Finalmente encuentro mi puesto. Muchas figuritas, verdaderas preciosidades, a diferentes tamaños y precios se distribuyen en estanterías. Si te fijas están elaboradas al detalle con una delicadeza exquisita. Aparte de las figuras de siempre, hay otras de la tradición napolitana, todo con su etiqueta y asequible.


Hechas las compras terminamos la jornada tomándonos un granita limone (irresistibles) y probando uno de los dulces típicos napolitanos: el babá, una especie de bizcocho bañado en ron que puedes comprar en numerosos puestos por aquí. Gran éxito. Está buenísimo


Ha cesado de llover y volvemos lentamente a casa mientras la noche cae sobre las estrechas calles del viejo Nápoles que hoy, ya no nos parecen tan siniestras.




Mañana será el último día.


20 DE JULIO DE 2010


EL DESTINO NOS LLEVA A AMALFI Y FIN DE VIAJE


Nuestro último día lo reservamos para una jornada en la playa y no se nos ocurre nada mejor que buscar uno de los preciosos lugares de la costa amalfitana.


El caso es que yo no me decidía entre Positano y Amalfi y finalmente decidí que Positano, porque estaba más cerca y además parecía más pintoresco con la disposición de sus casas en vertical.


Salimos, incluso con tiempo, de casa, para dirigirnos hacia la zona del puerto llamada “Molo Beverello que es de dónde parten todos los ferrys y demás embarcaciones tanto a las islas como a la costa amalfitana. Para esta última hay un servicio llamado Metro del Mar, que es una alternativa a la más tradicional que es acercarte en autobús.
Descartamos el bus por los mareos de nuestra hija mayor, aunque luego tampoco va a ser una gran idea, como veremos.


Llegamos a tiempo para coger el barco que parte a las 9,25. No hay demasiada gente, el barco va medio vacío y es enorme. Todos tenemos que ir sentados en el interior, lo que es una pena ya que el ir acercándote a las distintas poblaciones de la costa es muy bonito. Hay un trocito de barco en el que se permite el acceso al aire libre, pero sólo si quieres hacerte alguna foto, o sea que no puedes quedarte. Si tienes suerte de coger sitio junto a la ventana, aún ves algo. Si no es así, te pierdes el paisaje, lo que es una pena.
Casi nada más salir, la niña se encuentra mal y empieza a vomitar. Lo habitual en muchos viajes.
Un empleado del barco nos invita a situarnos en un lugar más estable y frío, cercano a la parte del barco que queda al aire libre. Se va recuperando, pero al rato vuelve a encontrarse mal y estará así hasta el final del viaje. Horroroso.
No habíamos previsto que el viaje era bastante larguito. Casi cuando estamos llegando, nos salimos fuera y nos situamos al lado de la pasarela de salida, ya con la mochila que llevamos con provisiones, toallas y demás. La niña sigue encontrándose fatal. Hay más gente fuera, aunque no mucha.






Al rato, por fin, la inconfundible estampa de Positano, magnífica con sus casas encaramadas en la montaña.


Nos emocionamos ¡qué bonito!



Y venga a hacer fotos mientras el barco se va colocando en la posición adecuada para iniciar el descenso. Al menos eso creíamos nosotros. Porque entre foto y foto vemos que el barco hace un ruido así como de arranque y comienza a alejarse más y más de la costa. Pero ¿qué es esto? Si nos estamos marchando...



Y sí, nos estábamos marchando y la gente (poca, había muy poca) había salido por otro lado.


Y ahora ¿qué? ¿ya no hay playa? dicen las niñas.


Pues nada, ¡estamos gafados con los barcos! No queda otro remedio que desembarcar en Amalfi. Al final ha sido Amalfi, pienso yo. No pasa nada, cosas del destino. Lo malo es que está más lejos, aunque en realidad no mucho más. Cinco minutos más tarde hemos llegado.


Desde lejos no parece tan hermosa como Positano, pero algo tendrá cuando da nombre a la costa ¿no? Conforme nos acercamos, llama la atención la cúpula oriental de su catedral, descollando sobre otros edificios.



Es magnífica. Luego iremos a verla. Lo primero, por supuesto, la playa. Corriendo a la playa, es lo que quieren ellas… playa y más playa.


Pues precisamente la playa fue lo que menos me gustó de Amalfi. Abarrotada de gente, de tumbonas y sombrillas de pago, así como zonas reservadas a hoteles. Si a una pequeña playa, porque es pequeña, le metes todo eso … no hay espacio material para que la gente se coloque con sus toallas. Nos dejan pasar de todas formas y hallamos un pequeño hueco en el que colocarnos. Mucha gente y la playa es de guijarros de los que se te meten por todas partes.



Incómoda. El agua limpia, eso sí. Las niñas se bañan y nosotros también.


De pronto me viene a la cabeza una vieja película con alguna escena rodada en Amalfi, allá por finales de los cincuenta (creo) y la imagen de Amalfi, lugar al que los protagonistas van de veraneo, es bella pero pobre, muy pobre, casi miserable. La apertura al turismo de masas ha cambiado esta imagen, pero algo queda de ese lugar marinero de antaño.
No tiene el glamour de Capri, al contrario, es un lugar más sencillo y, a mi parecer, con mucho más encanto.


Permanecemos en la playa hasta la hora de comer, para lo que hemos traído unos bocatas que comemos en unos bancos cercanos al paseo marítimo. No somos los únicos, pero llega un guardia y nos dice “Vietato mangare qui” o algo así. Menos mal que ya habíamos terminado. En cualquier caso, nos vamos por si vuelve de nuevo el señor guardia.


Convencemos a las niñas de ver el pueblo y luego volver a la playa. Sobre todo la pequeña está pesadísima con la playa.


La Piazza Duomo es preciosa con su catedral, que parece bizantina, levantada al pie de una impresionante escalinata y que llena con su presencia toda la plaza. En realidad el estilo de la catedral es árabe-normando y es del siglo XIII aunque su fundación fue anterior, del XI. Está dedicada al apostol San Andrés.















Subimos hasta ella con la intención de entrar, pero la entrada es de pago así que desistimos de la idea.


La verdad es que el entorno en el que se ubica Amalfi, a la que se conoce como "la ciudad blanca", es bellísimo. Después de tomar el enésimo helado artesanal (aquí hacen los helados tan buenos…) en la Plaza, que se encuentra muy animada a estas horas de la tarde ...


... callejeamos un poco, miramos tiendas de recuerdos…


Aquí debe de ser típica la cerámica, hay muchos pequeños puestos que dan color a las calles.


También hay muchas tiendas en las que venden el típico “limoncello” que aún no hemos probado. Mi hija mayor está todo el rato con que compre alguna de las simpáticas botellitas de todos los tamaños y formas que venden.


Menos mal que mientras estamos mirando, una señora nos invita a entrar en su establecimiento y probar un poquito. Ya en el interior, saca una botella del frigorífico y nos ofrece un vaso con una pequeña cantidad. Mi hija protesta porque a ella no le dan y la señora dice que no es para niños. Al probarlo me doy cuenta de que, efectivamente, es una especie de licor, bastante fuerte. Está bueno, pero no es como imaginábamos.


Seguimos calle arriba hasta que se acaba la parte, digamos, turística. Hay un tramo con unos pasadizos encalados en blanco que nos recuerdan a Ibiza. Por lo demás, es un lugar fácil de visitar por su tamaño y que conserva su tipismo todavía. Me gustó.


Aquí, esperando el barco de regreso, casi casi terminó nuestro viaje a Nápoles.


Y, por terminar de contar, decir que el barco de regreso salió con más de una hora de retraso y que, al contrario que a la ida, iba a tope de gente. En una de las paradas subieron un grupo de señoras napolitanas que, enfadadas por ese retraso, que los demás habíamos soportado con resignación cristiana, hacían honor al tópico de italianas exageradas y gesticulantes que todos hemos visto en alguna película. Llevaban un cabreo de impresión y nos amenizaron un poco la vuelta en la que disfrutamos de una hermosa puesta de sol.



Llegamos casi a las nueve de la noche. Afortunadamente, las compras las hicimos ayer. Sin tiempo para ir a casa, paramos en una pizzeria: “Vesi”, a la que ya le habíamos echado el ojo, para disfrutar de nuestra última cena en una pizzería napolitana.
Bueno, estuvo fenomenal y aunque no es de las famosas, igualmente la recomiendo. Hay dos, la que estuvimos nosotros estaba en Vía dei Tribunali. Pequeñita, pero teníamos sitio sin problema. Lo mejor de todo es que te hacen la pizza allí mismo. Hay un señor, muy en su papel, que está venga a hacer masa y resulta curioso ver como va amasando lo que luego será la base de la pizza (digamos que con una mezcla de amor, malabarismo y energía).
De la pizzería a casa a descansar.


FINAL DEL VIAJE

A la mañana siguiente temprano, tras dejar arreglado el tema del apartamento, con la devolución de la fianza y demás, tomamos el mismo tren que cogimos a la ida que, en algo más de hora y media, sin problema alguno de retraso en la salida, nos dejó en Roma.


Nuestro viaje finalizó en Roma, ciudad que nosotros ya conocíamos, pero no nuestras hijas. Estuvimos un día allí, visitando los lugares que más podían gustarles a ellas, pero no voy a extenderme más, pues Roma tiene información de sobra en este foro y muchos diarios estupendos.


Este diario está dedicado, básicamente, a Nápoles, una ciudad diferente, en todos los aspectos, a cualquier otra que hayamos conocido hasta ahora.
Con ella termina mi pequeña aportación a “los viajeros”.


Y como despedida, una de mis fotos favoritas … la he dejado para el final porque me resulta evocadora y es la primera imagen que me viene a la cabeza cuando pienso en Nápoles ... la ciudad extendida a los pies del Vesubio.



Mi sincero agradecimiento a los que me hayáis seguido hasta aquí así como a todos aquellos que, desde el foro, me ayudaron a la realización de este viaje.

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