Lunes 25 de junio de 2012
A pesar de las oscuras previsiones (99% de probabilidad de lluvia) no nos ha caído en el día de hoy ni una gota. Lo que sí ha hecho es un poco de frío, pero podemos decir que hemos podido afrontar la jornada con más dignidad que la de ayer, completamente pasada por agua.
Precisamente ayer, pasábamos como por casualidad por el Barrio Rojo, pero hoy por la mañana, será nuestro objetivo inicial.
Así es que puestos en marcha, nos disponemos a hacer una visita mañanera al Barrio más famoso y visitado de la ciudad. Un lunes por la mañana, no parece que vayamos a tener ningún problema al transitar por sus calles.
Desde la emblemática plaza Dam, tomando a la izquierda el hotel Krasnopolsky, entramos en la calle Warmoestraat. A pesar de ser una hora temprana, ya está bastante animada y los locales de venta de artículos eróticos de todo tipo, así como clubes o los coffee shops con la típica hojita de marihuana en la puerta, si bien no están a pleno rendimiento, tampoco parecen estar dormidos.
En realidad hemos venido a ver el Barrio Rojo, porque hay que verlo, pero también porque queríamos hacer una visita a un lugar (una iglesia, sí, una iglesia) que se encuentra precisamente en el corazón de este barrio.
Concretamente en la calle Oudezijds Voorburgwal, número 40, hay un museo: El Museo Amstelkring y, en su interior, se puede visitar la llamada Ons’Lieve Heer op Solder, o lo que es lo mismo: la iglesia de Nuestro Señor en el ático.
Mi guía (“Amsterdam de cerca” de la Lonely Planet, muy buena y práctica) instaba a no dejar de hacer una visita a este curioso lugar y, tenía razón.
La historia de esta iglesia, se remonta a la época en que el culto católico estaba prohibido en Holanda, lo que sucedía aproximadamente en 1661, durante la época del culto calvinista.
Aquí hubo un personaje (un tal Hartmann) que fue capaz de construir una iglesia oculta en los pisos superiores de una casa, con vistas al canal.
Unas estrechas y laberínticas escaleras, te llevan a los diferentes espacios de la vivienda y de la sorprendente e imposible iglesia, que contaba con dos plantas y órgano.
A pesar de que se encuentra en pleno proceso de restauración, la visita, en la que te dan una audio guía en castellano, resulta de lo más interesante y curiosa. Para mí, lo mejor, la autenticidad de los espacios.
El olor a antiguo te lleva a épocas pasadas y esperemos que, tras la restauración, éste se conserve. Las explicaciones son también muy sencillas y concretas.
Visita recomendable.
A la salida, más ambiente todavía. Hasta el momento, no hemos visto a las famosas chicas de los escaparates.
Como tenemos también previsto visitar la Oude Kerk, ahora, de pronto, junto a la iglesia, encontramos algunas. Pasamos rápido, aunque creo ver a mis hijas que las observan por el rabillo del ojo, sin decir nada.
Finalmente, sin entrar a la iglesia, que es de pago, decidimos que mejor nos vamos a otra parte.
Repetimos itinerario por el Barrio Chino, pasando nuevamente por el templo budista, por de Waag y llegando en escasos minutos hasta la Rembrandtplein. Es increíble lo cerca que está todo aquí.
Ayer domingo, no había nada de particular por aquí, pero hoy está en pleno funcionamiento uno de los mercadillos más famosos de la ciudad, el Waterlooplein; viene a ser un rastro con un cierto aire hippie en el que nos entretenemos un buen rato, y compramos algún regalo.
Ya puestos, vamos a dirigirnos a otro mercadillo, aunque más bien, la intención es conocer un Ámsterdam algo más desconocido y poco visitado. Se trata del Dappermarket, muy recomendado en la Lonely Planet … pues, vamos a verlo.
Nos cuesta llegar hasta esta parte de la ciudad, bastante alejada. Además, que nosotros somos de ir a todas partes andando y eso, aunque no haya distancias, termina por cansar.
Dejamos atrás el jardín botánico, así como el zoo.
Y por fin, tras atravesar amplias y desiertas avenidas, volvemos a encontrarnos con el elemento humano.
Llegamos, por fin, al Barrio en que se ubica este mercadillo, aunque, antes de comenzar a explorar este espacio, tomamos una comida rápida en una cadena holandesa dedicada a estos menesteres, que hemos visto en varios puntos de la ciudad y se llama “Febo”. No está mal. En el establecimiento, hay una multiculturalidad sorprendente, reflejo de la población multiétnica del barrio.
Comienzo a comprender que, simplemente, nos hemos acercado hasta una de las zonas de mayor concentración de inmigrantes, de toda la ciudad. Los rostros han cambiado. Árabes y orientales en su gran mayoría, son los habitantes del este de Ámsterdam.
Nos recorremos el mercado, de arriba abajo. No hay que mirar las cosas, no tienen nada de particular, hay que observar a la gente y tener así una visión, diferente y más real, de una ciudad de la que sólo conocemos su parte más típica.
Ya que estamos por aquí, nos vamos al Oostepark. Me gusta cómo están concebidos los parques en Ámsterdam. De una manera muy salvaje, nada sofisticada.
Hectáreas de terreno con césped y arboledas. Un gran lago.
Perfecto para pasear, para reunirse, para jugar, para evadirse de la urbe, para estar. Además, el Oostepark, a diferencia del masificado Voldenpark, está casi vacío.
Descubierta la zona de juegos, nuestras hijas quieren probarla durante un rato. Las dejamos. No sabemos si es pronto o tarde. No tenemos prisa, aunque yo si tengo algo de frío, por lo que tampoco prolongamos demasiado nuestra estancia aquí.
Pues casi hemos terminado ya nuestra jornada. Al estar en el otro punto de la ciudad, vamos a ponernos en marcha despacito, de nuevo, hacia el norte.
Pasamos por lugares que ya se nos van haciendo familiares. Todavía hay gente en el Waterlooplein; los Barrios Rojo y Chino, están a tope, así como la plaza Dam.
Paramos un rato en una cafetería llamada “Metropolitan” a tomar un chocolate y unos gofres. Están buenísimos. Hay españoles y nos hace reír una señora que intenta que la dependienta le entienda hablándole en castellano: “quiero un vasito de water, que tengo el gofre aquí mismo” decía, señalándose la garganta, ante la mirada atónita de la dependienta.
Entramos más tarde al edificio comercial de “Magna Plaza” que, a pesar de su suntuosidad, no tiene nada de especial en el interior, aunque es muy elegante, eso sí.
Así vamos encaminándonos hacia casa, parándonos aquí y allá y, muy especialmente en un supermercado “Albert Cupjmarket” una cadena que te vas encontrando por todas partes y que, para nuestro asombro, tiene un amplio horario comercial, incluidos los domingos.
Se acabó el día y tenemos un buen rato aún en el apartamento, algo inhóspito, algo frío, que temporalmente es nuestra casa.
Mañana las previsiones anuncian un día de sol (no hago más que mirar el tiempo como una obsesa y voy modificando planes, según pronósticos).
Así que decido que en nuestra siguiente jornada, toca salir (por fin y sospecho que por única vez) de la ciudad.