28 de junio de 2012
Llegó nuestro último día en la ciudad. Hemos tenido una visión intensa de Ámsterdam, pero para el último día (soleado, por cierto) todavía he dejado la parte sur del plano. Tiene el curioso nombre de Pijp, y un mercado que, teniendo en cuenta que es el más famoso, no nos vamos a perder. Se convoca de lunes a sábado en la calle Albert Cupjip, el Albert Cupjipmarket.
Vamos despacito, como hemos ido haciendo todos estos días, dirigiéndonos hacia el sur. Sospecho que hoy vamos más despacio todavía, quizás porque tenemos en mente lo de “hoy es el último día, últimas imágenes, últimos paseos…” así es que, mientras llegamos a nuestro destino nos damos un atracón de canales y bicis.
Es curioso como nos hemos ido acostumbrando a este paisaje urbano que, en realidad, poco tiene que ver con el español, en el que el coche reina por encima de todas las cosas. Aquí hay más bicis que habitantes, el carril bici es anchísimo, todo el mundo, absolutamente todo el mundo, va con su bici.
Hay que decir que las bicis no son nada del otro mundo. Algunos modelos resultan antiguos y no muy bonitos.
Creo que en Ámsterdam y supongo que podría extenderse al resto del país, prima el sentido práctico, haciendo gala de una extraordinaria tolerancia y un más que apreciable sentido del humor.
Seguimos bajando al sur y, aunque no es una visita que hayamos contemplado hacer, nos hace ilusión encontrarnos con la fábrica de la cerveza "Heineken".
La pasamos de largo, siempre en dirección sur y poco a poco, vemos un paisaje urbano algo diferente, que nos recuerda a la zona oeste, que también visitamos en días anteriores.
Un barrio multirracial, con un toque alternativo.
En mi guía la compara con el Barrio latino de París. Yo no lo vi así, la verdad, y el mercadillo, con el que nos encontramos finalmente, tampoco me pareció nada del otro mundo.
Son un buen lugar, los mercados, para observar a la gente.
Este está especialmente animado y hay un poquito de todo, puestos de comidas varias, ropa o recuerdos de Ámsterdam, algún músico callejero poniendo ambientación a la visita y no mucho más.
Lo recorremos de arriba abajo y de abajo arriba. De paso vamos comprándonos que si un cestito de frambuesas, unas olivas... lo habitual. Hay mucho turismo y se pierde un buen rato.
Llegada la hora de comer, no tenemos muy claro dónde meternos. Hay alguna opción en el propio mercado, pero no nos decidimos...
Hasta que, finalmente, descubrimos unos grandes rótulos en un lateral en los que pone “BAZAR”, nos acercamos y resulta ser un gran establecimiento entre café y restaurante turco, que no está nada mal de precio y además es un lugar acogedor y sorprendente. Es muy grande, atienden muy bien y tienen una variadísima carta.
La mejor comida de todo el viaje. Está en la propia calle Albert Cuypjip y tiene un gran ángel dorado en la entrada.
Después de comer estuvimos todavía un ratito por el mercado, pues teníamos pendiente comprar algún recuerdo, cosa que hicimos en uno de los puestos.
También nos encontramos a unos reporteros que estaban realizando un reportaje y les seguimos un rato.
Y cuando nos pareció, con menos prisa que nunca, en este último día, nos fuimos desviando hacia el oeste, aprovechando las excelentes temperaturas, hasta llegar a la zona de Museumplein. Hemos terminado en el mismo lugar que el primer día. No habíamos visto la sala de conciertos, y por lo demás, es un lugar muy animado siempre, con turistas haciéndose fotos en las letras de “I Amsterdam” o los que van a visitar el Rijksmuseum o el Van Gogh.
Nosotros, que estamos cansados, nos limitamos a descansar en uno de los múltiples bancos que hay por aquí, mientras nuestras hijas juegan en un área de juegos infantiles.
Sólo logramos irnos de aquí cuando les decimos que vamos a coger un barco para dar un paseo por los canales, lo que habíamos dejado para el último día.
Buscamos un lugar, en el que se supone que parará un barco de los que hacen un recorrido turístico, más o menos de una hora, y nos situamos a la espera.
Esto nos salió un poco regular, ya que, al llegar el barco, nos informan que es el último recorrido y que si nos montamos, simplemente nos llevan al Barrio Joordan, a cambio nos llevan gratuitamente, ya que no hacemos el recorrido completo.
La oferta era única, así es que hacemos el mini recorrido que nos lleva más o menos hasta la casa de Anne Frank y se acabó. Cuando bajamos, el amable conductor nos dice que mañana podemos hacer el recorrido completo. Está claro que no podrá ser.
Terminamos haciendo un recorrido por las calles cercanas a la Estación Central, tan animadas a esta hora de la tarde. Como estamos de despedida, no nos negamos a las peticiones de helados, primero y patatas fritas en cucurucho, después, que van haciéndonos nuestras hijas y a las que nos sumamos nosotros, por supuesto.
Ahora si que el final se acerca y no nos libramos de entrar también al supermercado Albert Heijn, comprar algunas provisiones y marchar a casa.
Una vez allí descubrimos que estamos agotados del todo. También tenemos visita de nuestra casera que no puede venir mañana. Bueno, así dejamos zanjado el tema gastos y devolución de fianza, etc y mañana podremos salir cuando queramos, tranquilamente.
Ámsterdam es una ciudad magnífica para la gente joven. Perfecta, si uno busca ambiente y posibilidades culturales, artísticas y de pasarlo bien, todo en uno.
Como todas las ciudades, uno puede quedarse sólo en lo más superficial, digamos que zona de canales, Plaza Dam, Barrio Rojo… pero también podemos añadir un par de sitios interesantes como el Museo Van Gogh o el Rijkmuseum, según preferencias o la Casa de Anna Frank, por hablar de los lugares más emblemáticos.
Si queremos profundizar algo más, puede ser interesante incluir dentro de los itinerarios, el Barrio Judío. El Museo histórico judío, la sinagoga portuguesa, el Teatro holandés o el Museo de la resistencia, nos hablarán de un capítulo de la historia intrínsecamente unido a la ciudad, que nos harán comprenderla mejor.
Otras opciones son salir de Ámsterdam. A nosotros nos desanimó mucho el tiempo y la única salida que hicimos, la de Zaanse Shans, no nos gustó demasiado; en una segunda planificación, hubiera sustituido dicha visita por la de Delft, el pueblo de Vermeer que, seguro que nos hubiera gustado más.
Bueno, siempre tiene que haber algún fallo.
Aquí termina este diario y este viaje. Cerramos página y ya estamos con la imaginación en próximos destinos, aunque, sin duda, volveremos a Ámsterdam en muchas ocasiones, con la imaginación y en nuestras conversaciones, pues hemos tenido ocasión de conocerla, saboreándola lentamente.
Sin prisas.