Por ejemplo:
¿Nos acercamos al George Pompidou?
Allá vamos. Este centro parisino, con su atrevido exterior, se encuentra entre mis espacios favoritos.
Fue un escándalo cuando se inauguró en 1977. A mí me parece un lugar más que idóneo para albergar las obras de arte contemporáneo (desde 1905 en adelante). Disfruté mucho visitándolo en otras ocasiones, pues me gusta este tipo de arte. Hay además una exposición de Munch en su interior, que me hubiera gustado ver.
No está previsto entrar y tampoco hubiéramos podido hacerlo, por las colas.
Pompas coloreadas de jabón se cuelan también en este espacio vanguardista, añadiendo su toque ingenuo y divertido.
Tampoco hay muchos artistas callejeros hoy por aquí. Será también por la lluvia.
Llegamos a la Plaza de Igor Stravinsky, que con sus figuras coloreadas, moviéndose sobre el agua, hace que nos quedemos contemplándola un buen rato.
A mis hijas les gustó más que la torre Eiffel. Se quedaron embobadas mirándola.
Por aquí cualquier expresión artística tiene cabida.
Basta con mirar las paredes para ver imaginativas propuestas, que nos hacen sonreír.
Algunas son auténticas ilustraciones en pared.
“Les marais” o pantanos de París, (eso fue esta zona en su inicio y hasta el siglo XII en que se desecaron) son hoy un conjunto de callejuelas que la reforma de Haussmann, dejo intactas.
Ahí reside parte de su encanto.
Primero llegamos a la zona conocida como Pletzl que antiguamente era una judería.
La “rue des Roisiers” es una de sus calles más conocidas.
Nos resulta peculiar, no sólo por el estrecho entramado sino por la abundancia de locales de todo tipo, pequeñas tiendas, locales de comida, especialmente preparados para judíos.
Destacan los dedicados a una especialidad llamada “falafel” y vimos alguno de comida kosher. Un lugar realmente curioso y a tope de gente, hoy domingo, que han tenido la misma idea que nosotros.
Esta zona está realmente dedicada a la cultura hebraica, pues en ella encontramos el Museo de Arte e Historia del judaísmo, el Memorial de la Shoah y la Sinagoga (cerrada al público) diseñada por Guimard. No vimos nada de esto y, en su lugar nos tomamos un cafecito para templarnos y seguir nuestro recorrido por aquí.
Nos está gustando mucho este barrio de París que nunca habíamos incluido en nuestros itinerarios.
Un París menos monumental y más cercano. Esa era mi idea.
A la salida del café llueve bastante, pero nada que no podamos solucionar con gorros y paraguas. Todavía tenemos que dirigirnos a la “Place des Vosgues”
¡Qué bonita!, dijimos todos al verla y eso que ya era de noche.
Una plaza importante en París, pues fue la primera. La construyó un Rey, Enrique IV, que quería que París fuera la ciudad más bella del mundo. Desde luego esta plaza Real, con sus casas exactamente iguales, cubiertas por tejados de terraza gris y sus soportales en la planta baja es preciosa. Muchos personajes influyentes vivieron aquí, el más famoso Victor Hugo, cuya casa se conserva y puede visitarse.
Decía mi guía que en esta plaza siempre había músicos callejeros. Efectivamente, se oye música.
Así es que atravesando los jardines centrales, que permanecen vacíos por el tiempo que hace y la hora que es (en realidad no es tan tarde, pero está todo tan oscuro, que parece que lo sea), nos dirigimos al encuentro de la música.
Un grupo de jazz, americanos, por el acento y, cuyos componentes parecen tener unos cuatrocientos años entre todos (son cinco), amenizan la sesión. Una abuela que parece formar parte del grupo, pero que en realidad es una espontánea, baila al ritmo de su música.
Resultaban muy divertidos y por unos momentos, creímos estar inmersos en una película de Woody Allen.
Nos costó despegarnos del peculiar grupo musical y, cuando lo hicimos, todavía estamos un buen rato rodeando la plaza y admirando las galerías de Arte.
Algunos escaparates nos resultan de lo más curiosos.
Nos acercamos hasta la Bastilla. Poco queda salvo una columna conmemorativa y algo del espíritu revolucionario, que pervive en los manifestantes de toda índole que finalizan sus reivindicaciones, de manera simbólica, precisamente aquí.
Nuestra jornada tendrá hoy su punto final en uno de los platos fuertes de cualquier itinerario parisino clásico:
Campos Elíseos /Arco de Triunfo.
El metro nos deja en la estación de Concorde.
Hacemos un breve recorrido por la zona que incluye la Place Vendome, que con su iluminación de Navidad está muy bonita.
Aquí uno siempre se siente un poco intimidado, sobre todo cuando te sitúas frente al Hotel Ritz y ves los inmensos coches en la puerta.
Hablando de grandezas, Napoleón está muy presente en esta plaza, pues en 1796, se casó con Josefina, exactamente en el número 3 de la plaza, que es octogonal y no cuadrada como me parecía a mí. También está Napoleón vestido de romano en lo algo de la columna de bronce y piedra que está en el centro, y que fue levantada por él para conmemorar la batalla de Austerlitz.
Desde aquí, llegamos a la austera iglesia de la Madeleine.
Volvemos a coger el metro para adelantar un pequeño tramo, pues las niñas están ya cansadas y nos situamos en plenos campos Elíseos.
Están más bonitos que ayer la zona de la Torre Eiffel, que nos decepcionó un poco. Una iluminación original, a base de círculos que cambian de color, dan a la amplia avenida un aspecto de lo más animado.
Curioseamos por aquí y por allá, metiéndonos en algunas de las tiendas que encontramos a nuestro paso, como los almacenes Virgin, de música y libros.
También nos quedamos un rato viendo las pantallas que están a la entrada del Lido, que muestran el clásico espectáculo de vedettes con trajes luminosos y plumas por todas partes.
Sólo nos queda llegar, así, caminando, hasta el Arco del Triunfo, y ya hemos paseado por un trozo del París más emblemático y clásico.
Hemos estado en unos cuantos sitios hoy y mañana nos queda un recorrido similar que intentaremos cumplir, aunque sin prisas.
Hoy, a una hora prudencial, que vamos con menores, nos retiramos hacia Montparnasse para cenar por allí, en un restaurante indio, que por diversas razones, es del gusto de todos y, curiosamente, es una opción bastante económica aquí en París.
En el transcurso de la cena, sin derramamiento de sangre, le es extirpado el diente colgante a nuestra hija pequeña, que guarda cuidadosamente en una servilleta de papel y fin de la jornada.
(Continuaremos en París...)