Llegamos a la capital de Cuba. Síntesis de toda ella.
Durante una semana nos perdimos por sus calles buscando, por todos sus rincones, su esencia más escondida y perdurable.
Una cascada de imágenes se suceden a nuestros ojos, acostumbrados ya a las contradicciones, que si en todo Cuba han sido muchas, culminan en la Habana con un festín de decadencia y frescura.
Estamos en la Habana.
Una y otra vez recorrimos, como hipnotizados por su luz, la amplia avenida del Malecón, una kilométrica acera que discurre junto al mar.
Buscamos imposibles ángulos desde los que poder contemplar las maravillas de piedra de La Habana Vieja.
Allí donde nació la ciudad de La Habana.
Volveríamos muchas veces por aquí para contemplar este barrio, que hoy sólo vislumbramos en el reflejo de una fuente dormida.
Conocer la Habana no es visitar una ciudad sin más. Es vivir una experiencia que te conquista y enriquece.
Muchas veces es la gente, la que con su ritmo y alegría, nos obliga a la pausa y al deleite del momento.
Sin saber muy bien lo que vemos.
Contagiados del color y de la música.
Siempre presente, la bella arquitectura colonial. Reflejo de pasados tiempos que permanecen en toda la isla y en la Ciudad de la Habana. Testigos impasibles de su historia.
Su belleza es inalterable a los cambios. Se ofrece exultante y fresca al viajero que pasa ante ella y observa.
Iluminada y cálida, se deja acariciar por el intenso e inagotable sol caribeño, que permite su lucimiento sin secretos ni trampas.
Otras veces nos dejaremos sorprender por los personajes que nos encontramos por la calle.
Como la echadora de cartas a la que cogemos en plena reflexión esotérica, mientras da unas buenas caladas a su puro.
¿Formará parte de una pose estudiada o realmente le servirá de inspiración?
Una de las rincones principales de la Habana vieja, está en la Plaza de las Armas, en la que encontramos su bella catedral y, no se por qué, en su contemplación, yo recuerdo siempre los versos de Pablo Milanés en aquel nocturno, que resuena de nuevo en mi interior:
"Tu me recuerdas las calles de la Habana Vieja
su catedral sumergida en su baño de tejas.
Tu me recuerdas las cosas, no sé, las ventanas,
cuando los cantores nocturnos cantaban
amor a la Habana, amor a la Habana"
Una Habana decadente y con un aire melancólico, a veces.
Su pasado esplendor se mezcla con el deterioro de sus edificios, en los que la ropa tendida da el toque de lo cotidiano.
Pero una y otra vez será así y de la sorpresa inicial hemos pasado a acostumbrarnos, a aceptar que imágenes como esta forman parte de una realidad tan contradictoria como hermosa.
Los turistas formamos igualmente parte del paisaje.
Nosotros fotografiamos al que recorre la ciudad, contemplando el Capitolio, uno de sus iconos, o el Gran Teatro, en el Paseo del Prado, montado en coche de caballos.
Que compres puros, ron, que visites sus llamados "paladares", parece ser el único objetivo, en ocasiones, de los cubanos que se acercan hasta nosotros.
Reflexiones para hacerse junto a una de las majestuosas estatuas del Capitolio.
Nosotros somos viajeros sencillos descubriendo una ciudad, exprimiéndola para que, cuando nos vayamos de aquí, la transformación, como en todo viaje, haya tenido lugar y volvamos más conscientes, más tolerantes y humanos.
A veces, el milagro se produce.
En la mirada ingenua de la manisera, que nos permite la fotografía sin rubor y nos ofrece su rico cucurucho de manises, a lo que no nos resistiremos demasiado...
Serán muchos nuestros paseos por la Habana, que fueron más allá de los tópicos, aunque cumplimos el ritual de tomar un mojito en "La Bodeguita del Medio" y de comer langosta en el Barrio Chino.
Merece la pena demorarse, aunque siempre tengamos la sensación de rozar tan solo la superficie de las cosas.
No es sencillo reflexionar en Cuba. Ni tan siquiera hablar.
Nos quedaremos un poco más aquí, contemplando sus viejos edificios, que tal vez resuman mejor lo que yo querría decir al hablar de esta ciudad, tan hermosa como prisionera de si misma y de su historia.
Continuará...
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