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Después de un largo camino, siempre es agradable conversar... aunque hay veces que el silencio es más sugerente.

martes, 21 de junio de 2011

CUANDO FUIMOS A CUBA III



SANCTI SPIRITUS

En nuestro recorrido cubano hemos llegado al centro, a la provincia de Sancti Spiritus.

En esta provincia se encuentran dos de las primeras siete villas fundadas a principio del siglo XVI por Diego Velázquez.

Son Sancti Spiritus y Trinidad, a la que iremos seguidamente.


En la ciudad de Sancti Spiritus se encuentra, como no podía ser de otro modo, la iglesia del Espíritu Santo, una construcción religiosa colonial, la segunda más antigua que se conserva en la isla.

Terminada de construir en 1680, en ese mismo lugar se alzaba una iglesia primitiva de madera.

Una ciudad, por otra parte, muy tranquila. No tan famosa ni concurrida como la cercana Trinidad.


Paseamos un rato, sin otro objetivo que el de observar el ritmo del día a día, a unos cuantos kilómetros de nuestra casa.


Recorremos tranquilamente las callejuelas de esta ciudad, de marcado aire colonial.

Deteniéndonos ante sus características ventanas enrejadas:



Y, como siempre, encontrándonos imágenes inesperadas que son las que más nos gustan de entre todas las fotografías que tenemos.



Nos gustan porque son las nuestras, las que recogen el instante preciso en que nosotros estuvimos allí y este caballito con su carro junto al edificio azul formaba parte del paisaje urbano.


Poco antes de llegar a Trinidad, un lugar que nos gusta: El valle de los Ingenios o Valle de San Luis.


Conoció su mejor momento a cuenta de la industria azucarera.


Eran otros tiempos.

Hoy podemos contemplar la llamada Torre del Ingenio Manacas-Iznaga, declarada monumento nacional.


44 metros de altura y 184 escalones que nosotros subimos animosos...

Para contemplar una vista como esta.





Aunque el objetivo de la torre no era contemplar las vistas, precisamente, sino la vigilancia de los esclavos que trabajaban en la hacienda, siempre dispuestos a desaparecer por la vía rápida.






 Nuestro siguiente objetivo va a ser la ciudad de Trinidad.

Pero de camino nos da tiempo de visitar:


Una escuela como esta, en la que los niños, que nos miraban con tanta curiosidad como nosotros a ellos, nos enseñaron sus cuadernos y lecciones escolares.


Y un taller de cerámica, en el que asistimos al proceso de elaboración de las piezas, desde su creación en el torno.




Este proceso tiene algo de hipnótico cuando ves surgir la obra de las manos del alfarero en ese giro constante.


Otros artesanos se dedican a la pintura y al acabado de cada una de las bonitas piezas que se encuentran en el taller dispuestas a su distribución y venta.




Cuando llegamos al horno, nos olvidamos momentáneamente de la cerámica y lo cambiamos por la contemplación de los dos alegres papagayos que lo guardan.






Supongo que el objetivo de esta visita era que, como buenos turístas, compráramos algo.

Lo habéis adivinado, no lo hicimos. De todas formas nos gusta contemplar este tipo de talleres artesanos con sus bonitos productos hechos a mano aunque, como quedó dicho, no nos llevamos ninguno.


TRINIDAD

Se supone que Trinidad es uno de los platos fuertes del viaje. Una de las más bonitas ciudades de Cuba.

Una de las ciudades más antiguas, declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1978.
Sin embargo, su marcado carácter turístico hizo que la visita nos resultara algo decepcionante.

El panorama que muestran sus calles es algo parecido a esto:


Si no fuera por la sensación de "puesta en escena" que uno tiene mientras pasea por los rincones de la ciudad, la verdad es que mientras contemplamos sus pintorescas construcciones y si logramos la abstracción necesaria, podemos imaginar que el tiempo se ha detenido.



Al fondo queda la iglesia y convento de San Francisco, a poca distancia de la calle mayor.
A todos los lugares se puede llegar a pie.
Todas las calles son peatonales y pavimentadas en piedra, como en tiempos pasados.


Como no podía ser menos, nuestras fotos terminan recogiendo la anécdota callejera y, el caso es que al final, estas imágenes, son las que me resultan más auténticas y reales.




Mientras los turistas se dejan los dólares en la artesanía textil de Trinidad, me pregunto si el pescado que cuelga al extremo de este oxidado carrito, también va destinado a la venta.



Dos imágenes diferentes. Una sola realidad.





Dejamos ya la vieja ciudad, fundada en el siglo XVI. De esplendoroso pasado en la Edad de Oro, tiempo de las plantaciones de caña de azucar y el comercio de esclavos hasta el siglo XIX.

Hoy, Trinidad recibe sus oleadas de turistas. Vienen, compran y se van, dejando las imágenes somnolientas de una ciudad que vive un espejismo cotidiano cada amanecer, que desaparece con los ruidos del motor del último autocar que la visita.


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