Habíamos oído hablar de la ciudad de Bolonia.
Teníamos nuestras expectativas con la visita de esta ciudad, universitaria por excelencia y, por tanto, con mucho ambiente y vida por sus calles. Pues bien, nuestro segundo día de este pequeño puente viajero, lo dedicamos a la llamada ciudad roja. ¿Se cumplieron nuestras previsiones? Holgadamente.
Bolonia nos cautivó.
Partimos de la ciudad de Parma, donde teníamos el alojamiento. En aproximadamente una hora (tal vez más, por la densidad de tráfico mañanero, ya que nos desplazamos en coche) nos plantamos en la ciudad.
Lo primero será dejar el vehículo, lo que haremos en el parking situado en la calle ocho de agosto, siguiendo todas las recomendaciones que encontramos por la red. No es un aparcamiento demasiado barato, pero sí está muy bien situado para poder comenzar rápidamente, lo que se traduce a unos diez minutos caminando, nuestra visita a Bolonia.
Desde el primer momento nos sorprende la cantidad de imponentes edificios que vamos encontrando a nuestro paso. También la abundancia de soportales que, presuponemos, será porque Bolonia es una ciudad visitada frecuentemente por la lluvia.
La impresión inicial es la de encontrarnos en una ciudad señorial, elegante y, en este momento, con mucho ambiente prenavideño, lo que siempre da a los lugares un encanto especial.
También a Bolonia, pues todo son luces u escaparates llenos de iluminación y coloridos decorados y, sobre todo mercadillos callejeros.
Mientras nos dirigimos al centro, nos encontramos con una de las estampas más típicas de Bolonia, sus altas torres,
destacando en el paisaje urbano.
Tranvías, bicicletas, motos y grandes aceras por las que pasear, hermosos edificios y tiendas, eternos soportales...
Si no fuera por el frío que hace, a estas alturas de la mañana, estaríamos dispuestos a callejear sin rumbo por esta ciudad, que todavía nos reserva muchas sorpresas.
El árbol de Navidad ya está puesto en la Piazza Maggiore, el punto de encuentro y uno de los más emblemáticos lugares de Bolonia.
Pegada a la Piazza Maggiore, tanto, que no parece que sean dos, otra Piazza, la de Neptuno, con una fuente monumental que representa al Dios, rodeado de pequeños ángeles y sirenas.
Ambas plazas despiertan nuestra admiración, al igual que los edificios que las rodean.
Por comenzar con alguno de ellos, ahí está el Palazzo del Re Enzo.
El Palazzo Comunale se halla a nuestra derecha. Sede del Ayuntamiento desde 1336, en su fachada destaca la estatua del Papa Gregorio XIII. Como les dije a mis hijas, a él debemos el calendario utilizado por todos nosotros hoy en día (el gregoriano).
En su interior, se encuentran dos importantes galerías de Arte: las Collezioni Comunali d'Arte y el Museo Morandi, ambas visitas (que no efectuamos) son gratuitas, según mi guía (Lonely Planet).
Lo que más me llama la atención, es el par de paneles que están colocados en el exterior.
Acercándonos a ellas, vemos que se trata de fotos de partisanos asesinados durante la guerra.
Muchos de ellos fueron ejecutados en esta misma plaza.
Siguiendo nuestro recorrido por la Piazza Maggiore, al fondo, en la parte central encontramos, en proceso de restauración, la Basílica de San Petronio, diseñada para que fuera más grande que la Basílica de San Pedro de Roma.
Una curiosidad es que esta iglesia, dedicada al patrón de Bolonia, nunca fue terminada. El papa Pío IV decidió que los últimos fondos se destinaran a la Universidad.
Se puede entrar gratis a la iglesia, cosa que nuestro bolsillo agradece.
Como curiosidad, destacar que en esta iglesia fue coronado en 1530, Carlos V, como emperador y que en ella está enterrada Elisa Bonaparte (hermana de Napoleón).
La Sala Borsa, actual biblioteca y centro multicultural plagado de estudiantes, será nuestro siguiente destino, pues hace mucho frío y necesitamos reconfortarnos. Así lo hacemos, pues aparte de observar tras el cristal que recubre el suelo, las antiguas ruinas de la ciudad, nos tomamos un café calentito para recuperar las energías que las bajas temperaturas, consumen a toda velocidad.
Nos tomamos nuestro tiempo y volvemos a salir a la Piazza Maggiore, en la que falta por destacar el Palazzo del Podestá...
o el de los Notarios, y si nos fijamos bien, hay unos manifestantes contra... (no hace falta mucha imaginación para encontrar contra qué) con banderas azules, al pie del mismo. Muy en consonancia con los últimos tiempos.
Nos desviamos por una callecita lateral hasta llegar al Museo Arqueológico, que reúne colecciones de arte etrusco y egipcio y que tiene pinta de ser interesante, cosa que no comprobamos pues, aparte del vestíbulo, en el que había una pequeña muestra de lo que se podía ver en el interior, no entramos más allá.
Esta es la Universidad a la que Pío IV dedicó los fondos sustraídos a San Petronio.
La visita es gratis y aprovechamos para recorrer sus pasillos milenarios.
Todo el lugar en sí tiene sabor y olor a auténtico y eso que, durante la Segunda Guerra Mundial, el teatro y muchos frescos se destruyeron y fueron reconstruidos.
El ambiente conserva su aire pretérito, acrecentado por los cientos de escudos y emblemas que se reparten por sus muros.
¡Qué no habrá visto esta vieja Universidad!
En su interior, el Teatro Anatómico, en el que tenían lugar disecciones públicas bajo la mirada (¡y qué mirada sería!) del inquisidor que, si la ocasión se daba, estaba presto a intervenir.
La Sala está rodeada de gradas con asientos de madera de cedro y, en el centro está la mesa de mármol, bajo una escultura de Apolo que también mira el espectáculo desde el techo.
Hay, además una pequeña exposición dedicada a Dickens, con algunas viejas ediciones ilustradas de sus obras, que encajaban perfectamente con el aire de "suspendido en el tiempo" de todo el edificio.
De ahí nos vamos dirigiendo, poco a poco, hacia la zona universitaria.
No dejamos de asombrarnos de la belleza de los edificios y de las calles con aire medieval y no demasiado transitadas.
No faltan los pequeños detalles que, como siempre decimos, son los que más nos hablan de las personas, del día a día de los habitantes de una ciudad con múltiples caras.
No hemos seguido esta ruta por casualidad, ya que buscamos una plaza: La Piazza de San Stefano, que nos dejará maravillados.
En esta plaza, se encuentra otro de los puntos fuertes de la ciudad: la Basílica de Santo Stefano.
Un complejo religioso medieval. Se trataba originariamente de siete iglesias, pero de ellas, sólo quedan cuatro.
Se entra por una, la de Crocefisso, del siglo XI, de ella se va a la del Santo Sepolcro, a la Chiesa della Trinitá y, por último a la iglesia de Santi Vitale e Agricola, la más antigua de la ciudad.
Lamentablemente, cuando llegamos ya estaba cerrada y nos quedamos con las ganas de la visita.
A pesar de ello, todo el entorno nos gustó muchísimo y valió la pena llegar hasta allí.
Nos alejamos de esta zona, entrando por unas galerías comerciales muy lujosas, en las que nos encontramos una exposición o muestra de nacimientos napolitanos, los celebres "prosepi" que nos entusiasmaron en nuestro viaje de hace un par de años a Nápoles.
Ahí están, las dos torres de Bolonia, obligándonos a adoptar una forzada postura para verlas en su totalidad, aunque no son precisamente iguales en altura, una de ellas sobrepasa cumplidamente a la otra, así es que no son idénticas ni tampoco se llaman igual.
La más alta es la Torre degli Asinelli (97,20 metros) a la cual se puede subir, aunque son 498 escalones. La otra torre, se llama Torre Garisenda (48,16 metros) y está cerrada al público, dada su peligrosa inclinación.
Su función era defensiva y también un símbolo de riqueza y prestigio de sus poseedores.
Deben de ser estupendas las vistas desde la torre, pero no nos convence lo de los casi 500 escalones para conseguir esas fotografías desde lo alto, que tan bien hubieran quedado en este punto, qué se le va a hacer.
Nuestros ánimos están más bien por la labor de buscar un lugar para comer. Estamos en la zona idónea, con bastante ambiente, llena de estudiantes y por lo tanto económica, perfecta para nosotros.
Hacemos pues una pausa, en un pub irlandés (vale, no es muy típico) y después del almuerzo, nos dará tiempo para dar un último paseo por la ciudad, ya sin puntos fijos, así es que, casi por casualidad, encontramos el Oratorio de Santa Cecilia.
y, siguiendo por Vía Zamboni, llegamos también al Palazzo Poggi, en el que se encuentran los museos universitarios.
A pesar de nuestro deseo de ver alguno de ellos (parece ser que hay un museo de la obstetricia y caparazones gigantes de tortuga en el museo de historia natural) se debían encontrar en proceso de obras de mantenimiento o algo así y, por tanto, cerrados al público.
Hay mucha vida juvenil por aquí y se nota en los centros, con aire de asociaciones de toda índole, por los que pasamos y también en el decorado inconfundible de las paredes, no todo iba a ser elegancia...
A estas alturas, no queda ni un miserable rayito de sol que nos reconforte y, a cambio tenemos frío, mucho frío. Las temperaturas se están desplomando y decidimos poner punto final a la visita de Bolonia e ir rápidamente a la furgoneta para ver si nuestras escasas energías y calorías, no nos quitan las ganas de visitar, aunque sea más bien echar un vistazo, la cercana ciudad de Módena.
Así lo hacemos y esta ciudad de menos de 200.000 habitantes, nos recibirá con nieve.
Hacemos un auténtico esfuerzo para acercarnos hasta la plaza de la Catedral. Vemos, al paso, un precioso centro medieval iluminado y con mucha animación por las calles, lo que nos recompensa con creces.
En Módena encontraremos una de las mejores iglesias románicas de toda Italia, la Catedral, declarada Patrimonio Mundial por la Unesco, es un maravilloso ejemplo de arquitectura del siglo XIII.
Suerte, suerte, no tuvimos, pues la están restaurando. Para las fotografías sólo nos queda lucida la de la fachada, pues el resto de la catedral está lleno de andamios.
Tuvimos la fortuna, eso sí, de poder entrar en el interior, ya que estaban celebrando misa.
Elevándose por encima de la catedral, también está la llamada Torre Ghirlandina, de comienzos del siglo XIII, de 87 metros y rematada con un delgado capitel gótico.
Ha valido la pena llegar hasta aquí. Las luces y la nieve dan un aire muy especial al conjunto. Cuando termine la restauración, será digno de verse el resultado.
Todo tiene un aire como de cuento de navidad. Además hay una especie de celebración militar y vemos a muchos jóvenes vestidos (¿disfrazados?) con uniformes antiguos, que parecen realmente salidos del túnel del tiempo.
Nos vamos ya en dirección a Parma. Al llegar a la furgoneta nos damos cuenta de que la nieve es ya una realidad.
Muy bonito para verla, pero tenemos serias dudas de llegar a nuestro hotel si la cosa se pone fea, como se va poniendo por minutos. Menos mal que nuestros expertos conductores nos llevaron a buen término sin desfallecer.
En Parma sólo fue llegar y buscar un lugar para cenar. Acertamos de churro, supongo, pero acertamos y ese será el único recuerdo que nos llevaremos de una ciudad que nos sirvió de alojamiento pero que, salvo verla desde la furgoneta mientras nos dirigíamos a Florencia el primer día y a Bolonia, el segundo, no llegamos a conocer.
Será el fin de nuestro viaje, pues a la mañana siguiente, visto el panorama desde la ventana del hotel, previendo que la nieve cubriría la carretera y con unas temperaturas preocupantemente bajas, decidimos iniciar el viaje de vuelta a Bérgamo lo antes posible, por si teníamos algún problema, a pesar de que el avión salía hacia el mediodía.
Así terminó nuestra escapada prenavideña, cortita pero bien aprovechada y nosotros, nada más llegar,
Teníamos nuestras expectativas con la visita de esta ciudad, universitaria por excelencia y, por tanto, con mucho ambiente y vida por sus calles. Pues bien, nuestro segundo día de este pequeño puente viajero, lo dedicamos a la llamada ciudad roja. ¿Se cumplieron nuestras previsiones? Holgadamente.
Bolonia nos cautivó.
Partimos de la ciudad de Parma, donde teníamos el alojamiento. En aproximadamente una hora (tal vez más, por la densidad de tráfico mañanero, ya que nos desplazamos en coche) nos plantamos en la ciudad.
Lo primero será dejar el vehículo, lo que haremos en el parking situado en la calle ocho de agosto, siguiendo todas las recomendaciones que encontramos por la red. No es un aparcamiento demasiado barato, pero sí está muy bien situado para poder comenzar rápidamente, lo que se traduce a unos diez minutos caminando, nuestra visita a Bolonia.
Desde el primer momento nos sorprende la cantidad de imponentes edificios que vamos encontrando a nuestro paso. También la abundancia de soportales que, presuponemos, será porque Bolonia es una ciudad visitada frecuentemente por la lluvia.
La impresión inicial es la de encontrarnos en una ciudad señorial, elegante y, en este momento, con mucho ambiente prenavideño, lo que siempre da a los lugares un encanto especial.
También a Bolonia, pues todo son luces u escaparates llenos de iluminación y coloridos decorados y, sobre todo mercadillos callejeros.
Mientras nos dirigimos al centro, nos encontramos con una de las estampas más típicas de Bolonia, sus altas torres,
destacando en el paisaje urbano.
Tranvías, bicicletas, motos y grandes aceras por las que pasear, hermosos edificios y tiendas, eternos soportales...
Si no fuera por el frío que hace, a estas alturas de la mañana, estaríamos dispuestos a callejear sin rumbo por esta ciudad, que todavía nos reserva muchas sorpresas.
El árbol de Navidad ya está puesto en la Piazza Maggiore, el punto de encuentro y uno de los más emblemáticos lugares de Bolonia.
Pegada a la Piazza Maggiore, tanto, que no parece que sean dos, otra Piazza, la de Neptuno, con una fuente monumental que representa al Dios, rodeado de pequeños ángeles y sirenas.
Ambas plazas despiertan nuestra admiración, al igual que los edificios que las rodean.
Por comenzar con alguno de ellos, ahí está el Palazzo del Re Enzo.
El Palazzo Comunale se halla a nuestra derecha. Sede del Ayuntamiento desde 1336, en su fachada destaca la estatua del Papa Gregorio XIII. Como les dije a mis hijas, a él debemos el calendario utilizado por todos nosotros hoy en día (el gregoriano).
En su interior, se encuentran dos importantes galerías de Arte: las Collezioni Comunali d'Arte y el Museo Morandi, ambas visitas (que no efectuamos) son gratuitas, según mi guía (Lonely Planet).
Lo que más me llama la atención, es el par de paneles que están colocados en el exterior.
Acercándonos a ellas, vemos que se trata de fotos de partisanos asesinados durante la guerra.
Muchos de ellos fueron ejecutados en esta misma plaza.
Siguiendo nuestro recorrido por la Piazza Maggiore, al fondo, en la parte central encontramos, en proceso de restauración, la Basílica de San Petronio, diseñada para que fuera más grande que la Basílica de San Pedro de Roma.
Una curiosidad es que esta iglesia, dedicada al patrón de Bolonia, nunca fue terminada. El papa Pío IV decidió que los últimos fondos se destinaran a la Universidad.
Se puede entrar gratis a la iglesia, cosa que nuestro bolsillo agradece.
Como curiosidad, destacar que en esta iglesia fue coronado en 1530, Carlos V, como emperador y que en ella está enterrada Elisa Bonaparte (hermana de Napoleón).
La Sala Borsa, actual biblioteca y centro multicultural plagado de estudiantes, será nuestro siguiente destino, pues hace mucho frío y necesitamos reconfortarnos. Así lo hacemos, pues aparte de observar tras el cristal que recubre el suelo, las antiguas ruinas de la ciudad, nos tomamos un café calentito para recuperar las energías que las bajas temperaturas, consumen a toda velocidad.
Nos tomamos nuestro tiempo y volvemos a salir a la Piazza Maggiore, en la que falta por destacar el Palazzo del Podestá...
o el de los Notarios, y si nos fijamos bien, hay unos manifestantes contra... (no hace falta mucha imaginación para encontrar contra qué) con banderas azules, al pie del mismo. Muy en consonancia con los últimos tiempos.
Nos desviamos por una callecita lateral hasta llegar al Museo Arqueológico, que reúne colecciones de arte etrusco y egipcio y que tiene pinta de ser interesante, cosa que no comprobamos pues, aparte del vestíbulo, en el que había una pequeña muestra de lo que se podía ver en el interior, no entramos más allá.
Lo que sí visitamos con más detenimiento, será el Palazzo dell'Archiginnasio, sede de la Universidad de 1563 a 1805.
La visita es gratis y aprovechamos para recorrer sus pasillos milenarios.
Todo el lugar en sí tiene sabor y olor a auténtico y eso que, durante la Segunda Guerra Mundial, el teatro y muchos frescos se destruyeron y fueron reconstruidos.
El ambiente conserva su aire pretérito, acrecentado por los cientos de escudos y emblemas que se reparten por sus muros.
¡Qué no habrá visto esta vieja Universidad!
En su interior, el Teatro Anatómico, en el que tenían lugar disecciones públicas bajo la mirada (¡y qué mirada sería!) del inquisidor que, si la ocasión se daba, estaba presto a intervenir.
La Sala está rodeada de gradas con asientos de madera de cedro y, en el centro está la mesa de mármol, bajo una escultura de Apolo que también mira el espectáculo desde el techo.
Hay, además una pequeña exposición dedicada a Dickens, con algunas viejas ediciones ilustradas de sus obras, que encajaban perfectamente con el aire de "suspendido en el tiempo" de todo el edificio.
De ahí nos vamos dirigiendo, poco a poco, hacia la zona universitaria.
No dejamos de asombrarnos de la belleza de los edificios y de las calles con aire medieval y no demasiado transitadas.
No faltan los pequeños detalles que, como siempre decimos, son los que más nos hablan de las personas, del día a día de los habitantes de una ciudad con múltiples caras.
No hemos seguido esta ruta por casualidad, ya que buscamos una plaza: La Piazza de San Stefano, que nos dejará maravillados.
En esta plaza, se encuentra otro de los puntos fuertes de la ciudad: la Basílica de Santo Stefano.
Se entra por una, la de Crocefisso, del siglo XI, de ella se va a la del Santo Sepolcro, a la Chiesa della Trinitá y, por último a la iglesia de Santi Vitale e Agricola, la más antigua de la ciudad.
Lamentablemente, cuando llegamos ya estaba cerrada y nos quedamos con las ganas de la visita.
A pesar de ello, todo el entorno nos gustó muchísimo y valió la pena llegar hasta allí.
Nos alejamos de esta zona, entrando por unas galerías comerciales muy lujosas, en las que nos encontramos una exposición o muestra de nacimientos napolitanos, los celebres "prosepi" que nos entusiasmaron en nuestro viaje de hace un par de años a Nápoles.
En la zona universitaria, a la que llegamos ya, queremos ver de cerca uno de los símbolos indiscutibles de Bolonia.
Ahí están, las dos torres de Bolonia, obligándonos a adoptar una forzada postura para verlas en su totalidad, aunque no son precisamente iguales en altura, una de ellas sobrepasa cumplidamente a la otra, así es que no son idénticas ni tampoco se llaman igual.
Su función era defensiva y también un símbolo de riqueza y prestigio de sus poseedores.
Deben de ser estupendas las vistas desde la torre, pero no nos convence lo de los casi 500 escalones para conseguir esas fotografías desde lo alto, que tan bien hubieran quedado en este punto, qué se le va a hacer.
Nuestros ánimos están más bien por la labor de buscar un lugar para comer. Estamos en la zona idónea, con bastante ambiente, llena de estudiantes y por lo tanto económica, perfecta para nosotros.
Hacemos pues una pausa, en un pub irlandés (vale, no es muy típico) y después del almuerzo, nos dará tiempo para dar un último paseo por la ciudad, ya sin puntos fijos, así es que, casi por casualidad, encontramos el Oratorio de Santa Cecilia.
y, siguiendo por Vía Zamboni, llegamos también al Palazzo Poggi, en el que se encuentran los museos universitarios.
A pesar de nuestro deseo de ver alguno de ellos (parece ser que hay un museo de la obstetricia y caparazones gigantes de tortuga en el museo de historia natural) se debían encontrar en proceso de obras de mantenimiento o algo así y, por tanto, cerrados al público.
Hay mucha vida juvenil por aquí y se nota en los centros, con aire de asociaciones de toda índole, por los que pasamos y también en el decorado inconfundible de las paredes, no todo iba a ser elegancia...
A estas alturas, no queda ni un miserable rayito de sol que nos reconforte y, a cambio tenemos frío, mucho frío. Las temperaturas se están desplomando y decidimos poner punto final a la visita de Bolonia e ir rápidamente a la furgoneta para ver si nuestras escasas energías y calorías, no nos quitan las ganas de visitar, aunque sea más bien echar un vistazo, la cercana ciudad de Módena.
Así lo hacemos y esta ciudad de menos de 200.000 habitantes, nos recibirá con nieve.
Hacemos un auténtico esfuerzo para acercarnos hasta la plaza de la Catedral. Vemos, al paso, un precioso centro medieval iluminado y con mucha animación por las calles, lo que nos recompensa con creces.
En Módena encontraremos una de las mejores iglesias románicas de toda Italia, la Catedral, declarada Patrimonio Mundial por la Unesco, es un maravilloso ejemplo de arquitectura del siglo XIII.
Suerte, suerte, no tuvimos, pues la están restaurando. Para las fotografías sólo nos queda lucida la de la fachada, pues el resto de la catedral está lleno de andamios.
Tuvimos la fortuna, eso sí, de poder entrar en el interior, ya que estaban celebrando misa.
Elevándose por encima de la catedral, también está la llamada Torre Ghirlandina, de comienzos del siglo XIII, de 87 metros y rematada con un delgado capitel gótico.
Ha valido la pena llegar hasta aquí. Las luces y la nieve dan un aire muy especial al conjunto. Cuando termine la restauración, será digno de verse el resultado.
Nos vamos ya en dirección a Parma. Al llegar a la furgoneta nos damos cuenta de que la nieve es ya una realidad.
Muy bonito para verla, pero tenemos serias dudas de llegar a nuestro hotel si la cosa se pone fea, como se va poniendo por minutos. Menos mal que nuestros expertos conductores nos llevaron a buen término sin desfallecer.
En Parma sólo fue llegar y buscar un lugar para cenar. Acertamos de churro, supongo, pero acertamos y ese será el único recuerdo que nos llevaremos de una ciudad que nos sirvió de alojamiento pero que, salvo verla desde la furgoneta mientras nos dirigíamos a Florencia el primer día y a Bolonia, el segundo, no llegamos a conocer.
Será el fin de nuestro viaje, pues a la mañana siguiente, visto el panorama desde la ventana del hotel, previendo que la nieve cubriría la carretera y con unas temperaturas preocupantemente bajas, decidimos iniciar el viaje de vuelta a Bérgamo lo antes posible, por si teníamos algún problema, a pesar de que el avión salía hacia el mediodía.
Así terminó nuestra escapada prenavideña, cortita pero bien aprovechada y nosotros, nada más llegar,
pensando ya en el siguiente destino...