Para el último día no tenemos reservada ninguna ruta fuera de la ciudad. Se lo dedicamos íntegramente a Rodas. Así es que después del desayuno nos vamos a la ciudad vieja sin más tardar.
Primera visita: La mezquita de Soleimán el Magnífico.
Se trata de un edificio ubicado en lo que primero fue Iglesia de los Apóstoles.
Construido en honor del Sultán tras la conquista de Rodas en 1522. Se conservan las fachadas del periodo de los caballeros, pero enriquecido con el carácter de la arquitectura otomana.
En plena ciudad antigua los minaretes de la mezquita de Soleimán forman parte de su inconfundible silueta.
Hoy vamos a entrar a verla.
Nos descalzamos, como es preceptivo en las mezquitas, y entramos.
El suelo está alfombrado, lo que nos permite pasear por el interior del edificio con mucha comodidad.
Tiene un encanto especial y, aunque no está precisamente consagrado al culto, hay algún turista, de religión musulmana, que aprovecha para rezar sus oraciones en el interior.
Más tarde visitamos también la biblioteca musulmana, que está justo enfrente.
Fundado en 1794 por el turco Rodino Ahmed Hasuf, contiene manuscritos persas y árabes y una colección de coranes escritos a mano en pergamino.
Un edificio bien conservado que cuenta con jardín. Tras la conquista turca de la isla, las construcciones de los caballeros fueron conservadas. Eso sí, se enriquecieron con la influencia oriental.
Las adiciones más características fueron los baños, fuentes y los balcones de madera, cerrados en las fachadas, sobre las callejuelas estrechas.
Es una zona muy bonita para pasear por aquí. Y hablando de los turcos pasaremos al siguiente tema y punto del recorrido, ya que resultaron ser bastante tolerantes con otras comunidades, por ejemplo con los judíos.
En el Barrio Judío, algo alejado de la parte central de la ciudad, hallamos un monumentos a los mártires judíos asesinados en los campos de concentración nazis.
La plaza en la que nos hallamos, fue bombardeada durante la 2ª guerra mundial, había una pequeña fuente, sustituida hoy, por otra con unos caballitos de mar.
Pero vayamos atrás en el tiempo… Durante el reinado de los Caballeros, los judíos de Rodas (cuya presencia data del siglo II) fueron relegados a la sección sudeste de la ciudad vieja y en el año 1500 expulsados de Rodas por uno de los Grandes Maestres. Los turcos decidieron repoblar la sección judía e invitaron a judíos de diferentes partes de su Imperio a venir a Rodas. Si los judíos que había anteriormente eran griegos y seguían el rito llamado “romaniote”, resulta que los que llegan a Rodas en la época turca, son los sefarditas que, tras su expulsión de España en 1492 hallaron refugio en el imperio otomano. Curioso ¿no?
Vamos a visitar la sinagoga "Kahal
Shalom".
Allí nos recibe Samuel con un sonoro “Shalom”. Yo suelo llevar un foulard grande para echármelo sobre los hombros cuando entro en las iglesias, así es que ya voy bien. A mi marido le ponen el típico gorrito hebraico (no recuerdo el nombre) y nos invita a sentarnos para hablar con nosotros.
Cuando se entera de que somos españoles comienza a hablarnos en su lengua, o sea la que trajeron los judíos sefarditas y conservaron, el ladino, el judeo-español. Nos pregunta si le entendemos y la verdad es que sí, perfectamente, salvo algún matiz. Es como oír hablar en una especie de castellano antiguo. Nos cuenta lo de la comunidad judía, descendiente de los judíos expulsados de “Isabella, la católica”.
Nos cuenta que la mayoría llegaron de Toledo. Y allí permanecieron en Rodas, en la Judería, hasta el negro periodo del nazismo. Así en 1944 los judíos de Rodas fueron llevados a los campos de exterminio de Aushwitz y mientras decía esto, nos enseñó su marca en el brazo. Así pues, él era un superviviente. Sería casi un niño entonces.
De los mil seiscientos setenta y tres miembros de la comunidad judía que fueron deportados, sobrevivieron 151 habitantes.
Hay una placa conmemorativa con el apellido de las víctimas.
Visitamos la sinagoga, que sigue el estilo tradicional sefardita, en la que se celebran servicios religiosos para los turistas judíos o los residentes en Rodas. Son ahora muy pocos y esta es la única sinagoga de la ciudad. Llegó a haber seis.
Ropa tendida...
Aprovecho para decir que no parece haber ningún problema en cuanto a seguridad. Todo es muy tranquilo. En un supermercado de la zona nos hacemos con unas provisiones para comer, ya que tenemos intención de ir un ratito a la playa en honor a las niñas, que están permitiendo que sus padres puedan hacer alguna visita cultural, de las que tanto les gustan. (Eso dicen)
Así lo hacemos, un ratito a una playa cercana, que será la última del viaje. Hace algo de viento, pero se remojan bien, sin importarles demasiado las olas que vienen y van.
Por la tarde volveremos al puerto. El Puerto Mandraki atrae como un imán. El azul del mar, las embarcaciones, los molinos de viento y las figuras de los ciervos que indican el lugar en el que pudo estar el coloso… es una imagen tan de Rodas, que suele ocupar las portadas de libros y guías.
Es una suerte haber dejado esta visita para el final, creo que lo haré siempre así. Y es una suerte porque así podemos apreciar mejor lo que vemos.
Helios, creador de Rodas en los relatos mitológicos, tiene un lugar destacado.
En una gran sala central también encontramos las inmensas lápidas funerarias de los caballeros con nombres de caballeros españoles, que por aquí estuvieron.
Mucha escultura griega, aunque la hallamos muy deteriorada, ya que esta isla ha sufrido demasiado en desastres naturales y humanos. Estos restos deteriorados lo atestiguan.
En el museo, una escultura famosa, a la que mis palabras no van a hacer justicia alguna. La Venus marina, la increíble estatua de Afrodita, parece que del siglo I a de C., que se encontró en el fondo del puerto de Rodas, perjudicada por el agua del mar (“Estatua de mujer, periodo incierto”).
L. Durrell se recrea en su descripción:
“Apareció como nacida de la espuma, haciendo girar con lentitud su elegante cuerpo, de un lado a otro, como saludando a su público…”
Supongo que sus palabras me influyen, pues no me canso de contemplarla. Fue trasladada al Museo y allí está en una pequeña urna de cristal.
“… intensamente concentrada en su vida interior, meditando con gravedad sobre las obras del tiempo…”
Es de una delicadeza y una gracia que te deja pegado al cristal, desde el que sonríe, con su rostro de piedra lamido por el mar, a todo aquel que se acerque hasta ella.
Nuestras hijas hace ya rato que se han cansado de esta visita y están esperándonos en el patio. Vamos a por ellas y les anunciamos que hemos terminado nuestras visitas culturales en este viaje.
La cena, que tiene que ser un poco especial, ya que es el último día, la haremos en un restaurante ¡que no tiene camarero en la puerta invitándote a pasar! (esto es raro ¿eh?), está un poco como escondido en una callejuela, y se llama “Costas”. Es gratificante saber que pides cualquier cosa, sin saber lo que es y no te desagrada . Todo está buenísimo. Hoy, hasta pedimos media botella del vino típico “retsina”, tan aromático.
Con él brindamos por Grecia y por la isla de Rodas.
Volveremos a nuestra escalera en la plaza de Hipócrates (hemos venido todas las noches y hoy no iba a ser menos), a observar el ambiente.
Volveremos a contemplar el puro azul mediterráneo del mar Egeo.
Esta ha sido nuestra experiencia, que espero pueda ser de utilidad a algún futuro viajero a la isla de Rodas.