28 de JUNIO de 2011 - RUTA POR EL OESTE
Salimos hoy dirección CASTELLOS, o sea dirigiéndonos nuevamente a la carretera que se dirige a la parte oeste de la isla.
Quitando un comienzo sobresaltado de tráfico complicado. Sorteando quacks (o cómo se llamen esos lamentables vehículos que jóvenes turistas se empeñan en usar para desplazarse por la isla), y algunos otros obstáculos, la conducción es tranquila. Las carreteras pasables.
Conforme se va hacia el sur, menos gente, más soledad y carreteras que terminarán convirtiéndose en caminos sin asfaltar. Hoy tendremos una ruta solitaria.
Desplazarse al Sur significa ganar en el paisaje que contemplamos. Va convirtiéndose en algo más salvaje. Cada vez se ven menos casas, menos gente… el cielo y el mar se funden en un deslumbrante azul. Nos maravillan las olas rompiendo contra la costa desierta… Quiero retener estas imágenes conmigo. El mar Egeo.
El Castell, o Castillo de Kritinia, del s. XVI, es un castillo construido por los caballeros. Estamos más o menos como a la mitad de la isla. En Rodas se llega pronto a todas partes, tiene esa ventaja. Nos acercamos a hacer la visita y subir a este castillo medio en ruinas, cuyo emplazamiento lo convierte en privilegiado mirador.
Afortunadamente hemos arreglado la cámara. Las fotografías, hoy, saldrán solas.
“Fijaos bien, que esto tardaréis en verlo” digo a mis hijas. Y es verdad. Ni con la imaginación, un lugar tan bonito.
“Pero el castillo está en ruinas” dicen ellas.
No es necesario nada más. La restauración permite una visita adecuada. Unas escaleras y una pequeña puerta de acceso. No hay que pagar.
Simplemente ir hasta allí y verlo. Asomarse por murallas y mirar a lo lejos…
Uno piensa en aquellos caballeros suspendidos en esas alturas vigilando Turquía y se estremece imaginando la áspera vida que llevaban.
Posteriormente vamos a hacer una pequeña incursión al interior para acercarnos a EMBONAS, un pueblo tradicional dentro de la zona vinícola, dice la guía.
En realidad yo que querido acercarme una vez más al interior, para ver los pueblos que surgen en la ladera de la montaña ATAVIROS, la más grande de la isla.
Emergiendo como un gigante, es el punto de contraste necesario en la isla.
Como ayer al dirigirnos hacia el interior, el paisaje recupera su verdor y hasta podría ser que nos encontráramos un ciervo por el camino. Señales hay de ellos.
EMBONAS también es lugar de tradición textil. Paseamos por sus calles, sin saber muy bien en qué dirección podemos solazarnos con alguna maravilla; compramos alguna provisión en un super y directos a la torre de la iglesia, lo único destacable en la localidad que pudimos localizar.
Bueno, y este curioso cartel de una taberna
Aquí vemos a muchos turistas que paran sobre todo a comer. Si nos fijamos en los precios, son mucho más baratos que en otros sitios. Pero para nosotros es demasiado pronto, así es que regresamos al coche a nuestro siguiente destino.
Será de nuevo un castillo, el de MONOLITHOS. Así es que deberemos recuperar el camino junto a la costa para llegar hasta él.
Vuelta a las exclamaciones admirativas, mientras seguimos bajando por la costa oeste en camino pegado a la playa. El azul es como un imán. Lo había leído, me lo habían dicho. Es verdad. Recordaré el color tan intenso de las aguas del mar Egeo fundidas con el cielo. No es de extrañar que esta isla haya sido hija favorita del Sol en la mitología griega.
Ahí vemos también a lo lejos Monolithos, y si para llegar al anterior Castillo hemos tenido que subir, para llegar a Monolithos, que es otro castillo, tenemos que bajar casi a pie de mar.
Monolithos vuelve a ser un castillo en ruinas, del siglo XV, con una espectacular ubicación, sobre un peñón escarpado de 240 metros de alto. En su interior está la ermita de San Pantaleón. Estos edificios, por su sencillez, recuerdan más a nuestras ermitas que a las iglesias.
Entrada gratuita, puerta abierta de la ermita. Lo visitamos todo. Hasta le ponemos una vela al santo.
Las fotos vuelan.
Cada rincón del castillo es una ocasión para tomar una fotografía. Hay algo entre aquellas piedras que permite conjugar la pasión de la imagen con el espíritu… Procuramos disfrutar del momento, y con cada foto que hacemos nos llevamos un poquito de Rodas con nosotros, para cuando estemos de regreso en casa. Las visitas no son apresuradas. No hace calor; tampoco hay mucha gente, lo que ayuda a moverse sin agobios.
Me gusta esta zona. Los paisajes de Rodas, suavemente han empezado a hacer mella en mí.
Es como si el ritmo de nuestra vida, en estos días hubiera empezado a ser más suave y cadente. Lejos las tensiones del primer día. Las niñas casi no protestan. La conducción es más relajada. La música griega que suena en la radio tiene un aire melancólico. Nos hemos acostumbrado a la sonoridad amable del idioma griego.
Rodas nos ha hecho suyos.
Seguimos con nuestra visita y nuestras fotos en las que el protagonista, siempre será el mar.
Decidimos comer en Monolithos y hoy tocará darnos un pequeño festín griego en un restaurante llamado “Panorama” precisamente por sus vistas hacia el mar.
Pedimos un plato de especialidades griegas, más ensalada griega, tzatziki, servido con tostadas untadas en aceite, pulpo y dos platos de espaguetis para las niñas. Todo riquísimo. Por unanimidad la mejor comida del viaje.
Junto con la bebida nos sale por unos cuarenta euros.
Descartamos quedarnos en la playa cercana a la zona, por el viento que corre que, seguramente impedirá el baño. Playas muy bonitas para verlas, pero no para bañarse.
Así es que dirigiéndonos hacia el sur y nuevamente por el interior buscaremos alguna playa en la costa este, pero de camino haremos un alto en el Monasterio de Skadi, al que llegamos tras unos cuantos kilómetros en ascenso por una estrecha y curvilínea carretera que nunca se acaba.
Hemos visto ya muchas pequeñas iglesias y monasterios ortodoxos. Tan barrocos y a la vez tan sencillos.
Los iconos con las que está decorado su interior son fascinantes. Todos parecidos, todos diferentes.
Nos hablan de una devoción popular y fuertemente arraigada en la isla.
Me fascinan los iconos y los sacerdotes con su barba de pala. En el monasterio de Skadi hay uno que nos saluda con una apacible sonrisa. Parecen tener una misteriosa serenidad, estos sacerdotes. Será la religión o será la isla que hace que todos sonriamos más estos últimos días. No sé.
Una amable señora vestida de negro nos ofrece pastas y café.
Tras visitar la iglesia vamos a tomar el café y compraremos algunos recuerdos en la pequeña tienda que hay en el recinto.
No esperéis visitas espectaculares en Rodas. Son visitas sencillas y ahí precisamente reside su encanto especial. El que toda la isla irradia.
No vamos a bajar hasta el Sur porque no parece tener ningún punto de interés, más allá de decir que has ido hasta abajo del todo. Hemos cruzado de oeste a este y al sureste buscamos la tranquila y solitaria playa de Plimrji.
La esperábamos con poquita gente y adecuada para estar un rato. Lo que no esperábamos es que casi nos recordara a las playas de la “costa da morte” gallega. Realmente no hay nadie y se trata de una playa semisalvaje.
Hace viento, no invita al baño, pero sí a estar un buen rato mojándonos los pies y sobre todo jugando con las piedras de mil colores de su costa.
Se nos pasa el tiempo sin pensar. Estoy contenta de haber elegido este viaje y este destino.
Mi hija pequeña me pregunta que adónde iremos al año que viene. Buena señal. La verdad es que va a resultar complicado encontrar un destino tan redondo como este.
Volvemos a Rodas. Hemos dado la vuelta a la isla. Tiene las distancias perfectas para ser recorrida.
Parada en casa y vuelta a la ciudad medieval que ya no me parece un bazar impersonal, sino una versión actual de la mezcla de culturas que representa Rodas. Os aseguro que hice la prueba de cerrar los ojos y pude oír todas las lenguas imaginables.
La gente viene y va, pero Rodas merece algo más que una apresurada visita.
Mañana será nuestro último día y lo pasaremos en la ciudad.
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