El Burgo de Osma
En nuestro tercer día por tierras de Soria, nos adentramos por la llamada "Tierra del Burgo". Una de sus poblaciones más importantes es "El Burgo de Osma", a 52 kilómetros de la capital, en dirección a Aranda de Duero (Burgos).
Será el primer destino de una mañana que, aunque se presenta fría, no parece que nos vaya a dar tantas complicaciones como la de ayer en la ciudad de Soria.
El Burgo de Osma tiene un importante conjunto histórico artístico, lo que se nota nada más llegar. Su monumentalidad, sin embargo, no le hace perder un ápice del carácter auténtico de la población.
Su catedral, gótica sobre una primitiva construcción románica, es el principal monumento de la villa.
Esta catedral se empezó a construir en tiempos de San Pedro de Osma (así llamado posteriormente el Obispo Pedro de Bourges, que eligió un monasterio situado a la orilla del río Ucero, como sede catedralicia) pero se mantuvo poco en pie, pues el templo románico fue demolido para comenzar a construir, en 1232, la catedral gótica actual.
Como suele suceder, abundantes elementos se añadieron en épocas posteriores, como la característica torre barroca, que forma parte del perfil de la población, siendo uno de sus más significativos símbolos.
Nos llama la atención las campanas que aparecen expuestas en el claustro y que vistas así, a ras de suelo, impresionan.
La magnífica catedral trajo consigo la creación de una soberbia plaza, llena de rincones en los que detenerse y de soportales en los que resguardarse en una jornada de bajas temperaturas, como la de hoy.
Es el Burgo, ciudad amurallada, muralla que fue mandada construir por el Obispo Pedro García de Montoya en 1458, con el fin de encerrar al núcleo urbano.
La muralla fue construida con mampostería, a cal y canto y, a lo largo de la misma, se abrían numerosas puertas de las que la única que se conserva, es la de San Miguel.
El antiguo Hospital de San Agustín, de estilo barroco, fue fundado en 1468 para acogimiento de enfermos y peregrinos y actualmente alberga el centro cultural de la villa, con instalaciones como la oficina de turismo, la Biblioteca, etc.
Y por aquí tenemos, con su balcón engalanado, la casa consistorial y mucha gente que, como nosotros hoy, ha venido a visitar El Burgo de Osma, pues el ambiente está de lo más animado.
El Burgo de Osma, es sede del episcopado soriano, así es que el Palacio Episcopal, es otro de los lugares en los que tendremos que detenernos y, muy especialmente, ante su puerta, obra gótica tardía de gran valor, construida a expensas del Obispo Alfonso Enríquez en 1515.
Son muchos los encantos y rincones de esta plaza y en algunos de ellos, como una panadería estratégicamente situada bajo los soportales, nos llevamos algunos suculentos recuerdos gastronómicos.
De ellos daremos buena cuenta en diferentes momentos de nuestra jornada, que no ha terminado, pues por la tarde continuaremos ruta hasta un lugar con leyenda propia, en la que mucho tiempo atrás, alguien dejó olvidado su tambor.
Calatañazor
Pues sí, la tradición nos cuenta que Almanzor, en Calatañazor, perdió más que olvidó, su tambor, lo que es lo mismo que decir que en esta pequeña villa sufrió una tremenda derrota.
Estamos a 33 kilómetros de Soria capital, sobre la cima de una roca que domina la vega del río Abión. Sin duda, paraje privilegiado.
Antes de entrar a la población, encontramos unas evocadoras ruinas. Más tarde descubriremos que son los restos de la ermita de San Juan Bautista.
Lo primero que llama la atención son las pintorescas viviendas, hechas con entramado de madera de sabina, adobe o ladrillo, que conforman un precioso conjunto.
Si llegamos hasta el final, encontramos lo poquito que queda del castillo, que lo hubo.
Pero del que tan solo se conservan un lienzo y la cimentación de las paredes del patio de armas.
En cualquier caso, sÍ nos sirve para contemplar un espléndido paisaje desde lo alto.
Una extensa llanura que recibe el nombre de "Valle de la Sangre"
Calatañazor se recorre en seguida, de arriba abajo vamos curioseando por las pequeñas tiendas de recuerdos y llevándonos alguna pequeña pieza de artesanía.
Nos maravilla el estado de conservación de este pequeño pueblo de apenas 70 habitantes, al que no le faltan las visitas.
Llega el momento de fijarnos en los detalles, pues el mimo y el cuidado de los lugares también se deja ver en estos enfoques cercanos, que a nuestro fotógrafo no le pasan inadvertidos.
Y también llega el momento final en que decimos adiós a una jornada encantadora en estas dos poblaciones sorianas de la Tierra del Burgo, a escasos kilómetros de la capital.
Antes de irnos, Calatañazor nos reserva una sorpresa cinematográfica, que nosotros desconocíamos, pues sus evocadores calles fueron escenario de una película mítica.
Un viaje breve en distancia que, sin embargo, nos ha hecho retroceder en el tiempo, dejándonos miles de sensaciones bailando en nuestras cabezas, como las que evocan esta fotografía final.
Todavía nos queda una última jornada en tierras de Soria...
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