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Después de un largo camino, siempre es agradable conversar... aunque hay veces que el silencio es más sugerente.

viernes, 5 de octubre de 2012

Ámsterdam sin prisas V


26 de junio de 2012

Hoy martes el tiempo se prevé soleado…  ¡todo el día! 
Hay que celebrarlo. Nos vamos al campo. 

Realmente no me he atrevido a planificar muchas excursiones fuera de Ámsterdam con semejante tiempo, pero como hoy las cosas parecen tomar un rumbo diferente, me animo a hacer la propuesta de pasar el día en el pueblecito de Zaanse Schans y colmarnos, así, de nuestra dosis de “holandismo” (zuecos, quesos y molinos, ya se sabe… el tópico) que de momento, estamos dejando un poco de lado.

Tenía el itinerario fotocopiado y, en principio, llegar hasta este pueblecillo cercano a la capital, no parecía tener demasiada complicación. Hay que coger un tren llamado “Sprinter” dirección Alkmaar y bajarse en la cuarta parada. Nosotros somos más bien torpes y no nos manejamos con mucha soltura en inglés, así es que nos complicamos la vida lo imprescindible, conscientes de nuestras limitaciones. Con eso y con todo, hemos llegado sin dificultad.

Casi sabía lo que me iba a encontrar por las fotografías: el olor a chocolate, los molinos, lugares en los que se explica la fabricación de los zuecos, alguna quesería… el programa al completo.




También sospechaba que a mí me iba a gustar lo justo. Efectivamente, según lo previsto, llegar allí y sentirme decepcionada ha sido uno. Había leído demasiadas buenas críticas y casi se me había olvidado mi aversión patológica a todo lo que me huela a turismo organizado. 

Aquí se trata de un viaje al corazón de la Holanda más prefabricada y turística. Todo para el turista y para la venta al turista. 

Bueno, reconozco que, para las fotos, algunos paisajes son chulos, como el de los molinos iniciales al llegar al pueblo. 



Después descubriremos que, si quieres ver uno por dentro, la entrada es de pago.

Hay estanques y algunos animales (patos, cabras, ovejas negras y alguna gallina) que dan una estampa más bucólica al lugar. 



Hay juegos tradicionales para los niños (en plan zancos y todo eso) y, sobre todo, tiendas, muchas tiendas.

En una de ellas se ve, un poco, cómo es un molino. Mejor, porque lo que es pagar para entrar en uno, no estamos demasiado dispuestos. 



También vimos la demostración de fabricación de zuecos en la gran tienda que los vendía, muy caros, por cierto. 



En la tienda de quesos y productos de alimentación, tomamos el aperitivo, degustando unas cuantas muestras (irresistibles)...



 y, por no olvidarme de casi nada, hay unos zuecos gigantes, para que te hagas fotografías con ellos. Cosa que, por supuesto, hicimos y de todas las maneras imaginables.



Comimos por allí unos bocatas que nos habíamos llevado y, cuando nos cansamos de “holandismo” decidimos que volvíamos a Ámsterdam. 



A la salida, una cosa curiosa fue encontrarnos una réplica de la primera tienda de Albert Heijn, nuestro amigo de los supermercados, que empezó como un pequeño comerciante especializado en venta de té y café y algún que otro producto así como más rural… 



Esto sucedía hace más de un siglo y de entonces hasta ahora, Albert y descendientes, sin duda, han prosperado, pues sus supermercados son casi un emblema nacional.

De vuelta a Ámsterdam y puesto que el día está espléndido (primer día que me quito, ya no el chubasquero, ¡incluso la chaqueta!, estoy emocionada…)


nos quedamos un rato de callejeo, por ejemplo en la Plaza Dam en la que, igualmente por primera vez en todo el viaje, veo mucho ambiente y animación callejera.  Podemos incluso situarnos adecuadamente para ver una actuación. En realidad ya la habíamos visto porque era el mismo chico que actuaba en Leidseplein hace dos días, pero el número de desprenderse de todas sus cadenas gustó a nuestras hijas, que parecen encantadas de verlo de nuevo.



Más tarde deambulamos a placer por calles y avenidas, descubriendo, por ejemplo, las casas okupas de Spuistraat.

Imposible no fijarse en ellas con sus llamativos colores. 



Entramos en alguna tienda, curioseando por aquí y por allá, nos compramos unas patatas fritas en una tienda pequeñita, que estaban buenísimas y, poco a poco, nos vamos encaminando hacia el Barrio Joordan, ya que hoy es el día que teníamos compradas por internet, las entradas para visitar la casa de Anna Frank.

El Barrio Joordan siempre tan animado, los canales o mejor, los bares que rodean los canales, se encuentran a tope de gente. Se ve un ambiente alegre, después de tantos días de lluvia y mal tiempo.


Cuando se hace la hora, entramos en la casa de Anna Frank. Si realmente alguien tiene interés en visitarla, vale la pena sacar las entradas por internet, ya que la fila es horripilante y las dos veces que hemos pasado por aquí estaba igual. Cuesta un poco más, pero vale la pena.


La casa ahora.
La casa entonces.
La visita a la casa es, también como esperábamos, muy emotiva . Es difícil imaginar la dureza de la vida en “la casa de atrás”. 
Cuando tenía trece o catorce años, leí el diario de Anna Frank y, desde entonces, he sentido un cariño especial  por esa pequeña escritora que fue Anna. 
Para mí, en Ámsterdam, era por tanto, una visita imprescindible. 

Te deja triste, como todo lo relacionado con este tema, pero queríamos venir y sentir esa tristeza, por qué no. 

A la salida, la peque insiste en comprarse un diario de Anna Frank en castellano, que comenzará a leer esta misma tarde. La visita ha surtido su efecto. Sé que nunca la olvidarán.

No está permitido hacer fotografías dentro de la casa, por lo que dejo enlace con la página web, por si a alguien le apetece echar un vistazo.



Volvemos a casa muy despacito. 

El atardecer y la visita nos ha dejado melancólicos...

Cuando llegamos, nos demos cuenta de que estamos para el arrastre… 

Pero aún nos quedan dos días en la ciudad,  y seguro que encontramos más de un punto de interés en ella.

2 comentarios:

  1. Hola!! no conocía ese pueblo tan típico, jeje, vaya tela. La casa de Ana Frank la tengo pendiente, solo estuve un día en Amsterdam y por supuesto no pudimos entrar; me alegro que despertara la curiosidad de tus hijas, no debemos olvidar la historia y aprender de los errores, aunque a veces parece que olvidamos demasiado pronto. Un besote, sigo pendiente de vuestras andanzas holandesas ;)

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    1. No nos gustó nada lo de Zaanse Schans, se nota ¿no? y la casa de Anna, nos encantó. Además, tuvimos tiempo de ahondar algo más en el tema. Si les preguntan por el viaje a mis hijas, te dirán que es "una ciudad llena de bicicletas, en la que está la casa de Anna Frank", son esas cosas las que se recuerdan. Ya queda poco de viaje, pero este año apenas tengo tiempo para el blog, por eso va esto tan lento... gracias por tus amables comentarios y un abrazo.

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